Las protestas del sector agrícola que se extienden con tractores por casi todo el territorio (menos Galicia) dificultando el tráfico y la movilidad de personas y mercancías, pone de manifiesto un enorme malestar en este sector que, en muchas de sus quejas y reivindicaciones, llevan razón. Aunque no en todas.

Abordar con rigor y eficacia la problemática del campo obligaría a una estrategia de amplio alcance en el que inevitablemente deberían implicarse las autoridades de todos los ámbitos institucionales: Comunidades Autónomas, Gobierno de España y autoridades de la Comisión Europea. Esto es así porque la problemática que condiciona los enormes problemas que sufre este sector estratégico de la economía española y europea requiere decisiones y reformas que competen a dichos ámbitos institucionales.

Puedo entender que los partidos de la oposición traten de aprovechar este malestar y estas movilizaciones imputando al presidente del Gobierno toda la responsabilidad de todos los problemas que afectan a miles y miles de productores de este sector. Pero eso no debiera de llevar a descuidar la profundidad de la problemática y perder la oportunidad de trabajar en serio para superar las dificultades que condicionan una situación de enorme gravedad para nuestro sistema productivo y nuestra economía.

Partiendo de la base de que entiendo y apoyo que se escuche y se negocien soluciones a los problemas que expresan los agricultores desde sus tractores, también creo que no se puede tratar de aprovechar que ‘el Pisuerga pasa por Valladolid’ para tratar de obviar desde el negacionismo que (al menos en parte) el cambio climático obliga a algunas reformas en el modelo productivo del mundo agrícola; tampoco para tratar de cuestionar a la Unión Europea para favorecer el avance de la extrema derecha en las siguientes elecciones europeas.

Y es que nos jugamos mucho si no somos capaces de afrontar con inteligencia y determinación los desafíos del cambio climático haciendo las reformas que sean necesarias a todos lo niveles (algo en lo que vamos tarde) o si todos estos asuntos contribuyen a debilitar el proyecto común europeo, que tiene e impulsa valores de libertad y democracia imprescindibles para el desarrollo de sociedades de bienestar, que pueden estar en riesgo con el avance electoral de las alternativas que asoman en el horizonte.

Unas movilizaciones “espontáneas” sin organizaciones convocantes hacen difícil una solución negociada porque se generan sin liderazgos con los que acordar. Es urgente evitar que este “vacío de liderazgo organizativo” permita ganar espacio a quienes buscan que el malestar se exprese de manera ruidosa y que al dificultar soluciones negociadas, se produzca una cronificación de los problemas favoreciendo los objetivos electorales del negacionismo.

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