No deja de ser extraño que los llamados “padres de la Constitución” dejasen a esta en tal grado de desprotección que, en cualquier momento y mediante un proceso de verdadero ingenio en la elaboración y promulgación de leyes –y distintas disposiciones normativas– los efectos protectores de los derechos que deben de igualar a todos los ciudadanos de nuestra nación, se pudiesen ver en un estado de condonación tal, que esos efectos protectores de la Carta Magna puedan quedar convertidos en auténtico papel mojado, normas hueras que no garantizan los efectos de un verdadero estado de derecho y nos asegurasen –a todos– las libertades, frente a una clara voluntad despótica y arbitraria, como la que ahora mismo estamos teniendo que soportar, muy similar a la que ejerce cualquier dictadura bananera de geografías caribeñas, tal y como ha apuntado el mismo ex vicepresidente Alfonso Guerra, que no es ni sospechoso de nada de eso, pero que sólo muestra gestos, tan histriónicos como inútiles, ante los dirigentes del partido al que pertenece y que ejercen de imperiosa manera, como todos venimos siendo testigos, sin que muestren sus afiliados y correligionarios verdadera gallardía ni capacidad para rebelarse.

En marzo de 1945, el abuelo del actual rey de España, don Juan de Borbón, hacía público el Manifiesto de Lausanne, en el que, entre otras reflexiones sobre España, hizo esta que hoy adquiere, cada día, una mayor actualidad: “No levanto bandera de rebeldía ni incito a nadie a la sedición, pero quiero recordar a quienes apoyan el actual régimen la inmensa responsabilidad en la que incurren”.

Son éstos días en los que la Constitución del Reino de España, por acción premeditada y hasta planificada de los que gobiernan –dolorosa paradoja– se está viendo progresivamente limitada en sus libertadores efectos para la ciudadanía y como garante eficaz, que debe de ser, de los derechos igualados para todos los ciudadanos que pertenecen, que pertenecemos a esta antigua nación. La involución del progreso se está produciendo ante nuestros ojos aunque, cínicamente y desde el poder, se afirme machaconamente lo contrario.

El Estado está no en pública almoneda, ni mucho menos, sino en venta privada y secreta, en medio de un proceso que, a las luces de inteligencia norma y general, se podría entender como verdadera traición, auténtica sedición para la que no se han empleado cañones ni pistolas; aún; sino simples –pero muy eficaces– mordazas de las Instituciones, colonización de éstas por gentes que muestran muy dudoso patriotismo y más dudosa aún defensa de la propia Constitución, que juraron defender en sus respectivas tomas de posesión en los distintos –y debieran ser distantes, también– poderes del Estado ¿O no?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios