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Alberto Grimaldi
¿Podemos puede?
LLEGA el final de agosto. Es el final de muchas cosas. De un verano que comienza a terminar, o de unas merecidas vacaciones. En agosto la temporada taurina está en uno de sus puntos álgidos. Los días de la Virgen, del 15 de agosto al 8 de septiembre, marcan el cenit de la campaña taurina año tras año. Las ferias, y con ellas los festejos taurinos, hacen que sean fechas marcadas en rojo en el calendario de la tauromaquia. Son las fiestas de la España profunda, de esa España que aún aúna el toreo con los días grandes de ocio. Una de esas poblaciones donde los toros continúan unidos con la fiesta es Linares. La ciudad jienense celebra sus tradicionales fiestas en honor de San Agustín. Hablar de Linares y toros es hablar de Manolete. De su figura, de su trayectoria, de su pundonor, de su personalidad y con ello de su trágica muerte que lo convirtió en uno de los mitos de una España quebrantada por una cruel guerra.
Han pasado sesenta y siete años de aquella tarde trágica. Son muchos años. Pero el toreo no olvida la figura alargada del torero de Córdoba. Figura que es recordada en actos que se vienen repitiendo año tras año. Manolete continua siendo exaltado muchos años después. Su imagen continúa siendo un ícono y un modelo a imitar. Manolete continua vivo. Un año más, como siempre, se cantara al torero cordobés, se le recordará y le serán ofrendadas flores rojas. ¿Pero realmente conocemos lo que aportó Manolete al toreo? ¿Sabemos de su importancia en la evolución del arte de torear?
Manolete es mucho más que Linares. Mucho más que un terno rosa pálido y oro. Mucho más que un mechón de pelo blanco. Mucho más que Islero. Mucho más que Miura. Mucho más que un plasma maldito. Mucho más de Lupe Sino. Mucho más que una muerte trágica. Manuel Rodríguez tiene más importancia que la leyenda negra de aquella tarde-noche en Linares. Si nos quedamos en aquel 28 de agosto, nos quedamos con lo más superficial de la vida torera de Manolete. Nos estamos quedando con la cara amarga de una vida, que tuvo un final trágico. Un final que lo llevo a convertirse en un mito y en una figura inmortal, pero que desgraciadamente, y el paso de los años acentúa aún más, es cada vez más desconocido para el público que ama la fiesta de los toros.
Manolete es un mito por mucho más que aquella tarde de Linares. Manolete es, como dice el escritor Domingo Delgado de la Cámara, el arquitecto que proyecta y culmina el toreo. Un toreo que continua vigente en la actualidad. La figura de Manolete a la que hay que cantar, es a aquella que trae al toreo la culminación de lo que apuntaran sus predecesores. En Manolete se aúnan la sapiencia de Joselito el Gallo, inculcada indudablemente por Camará, y el toreo de quietud que apuntara Juan Belmonte, que aportó fundamentalmente a la tauromaquia el cruzarse al pitón contrario y que sus cantores vendieron como quietud. Manolete es la culminación de una forma de torear que aún vive. El torero de las faenas nuevas y frescas. Faena como la de aquel toro de Villamarta en Sevilla, o al sobrero Ratón de Pinto Barreiros en Madrid. Faenas en que muestra todo el poder de dominio sobre el toro. Trasteos donde eran santo y seña llevar la mano muy baja, alargando hasta más allá los muletazos, ligando sin inmutarse y con una espartana quietud, unos con otros en tandas con un temple latente que enloquece al tendido. Manolete es además uno de los mejores estoqueadores de la historia de la tauromaquia, tanto que encontró la muerte por no buscar alivio alguno en la última vez que interpretó la suerte suprema.
Luego la figura de Manolete fue vilipendiada y calumniada por gente sin escrúpulos. No importaba acusar de los males del toreo moderno a quien no podía defenderse. Era lo más fácil. Culpar a quien estaba muerto. Un torero al que sus detractores acusaron de corto de repertorio, pero que llevó a la expresión máxima un toreo que muchos años más tarde continúa vigente, e incluso imitado con gran mimetismo por una de las figuras de nuestro tiempo. Un torero que se enfrentó y mató a toros de cualquier ganadería sin imposiciones ni vetos. A saber, Manolete en su vida profesional, tampoco fueron tantas temporadas, estoqueó entre otras cosas lo siguiente: Albaserrada, hoy Victorino Martín, 38 toros. Felipe Bartolomé, encaste "santacoloma", 7 toros y 2 novillos. Buendía, "santacoloma", 27 toros y 2 novillos. Curro Chica, encaste Braganza, 12 toros. José Enrique Calderón, hoy Prieto de la Cal, 10 toros y 1 novillo en un festival. Concha y Sierra, 24 toros y 10 novillos. Conde de la Corte, 52 toros, 4 novillos y otro más en un festival. Galache, "urcola" y "vega-villar", 51 toros y 2 más en festivales. Miura, 16 toros y 2 novillos. Pablo Romero, 21 toros. Saltillo, hoy Moreno de Silva, 30 toros y otro más en un festival. Arturo Sánchez Cobaleda, "patas-blancas", 27 toros y dos más en festivales. ¿Alguno de las figuras de hoy pueden presumir de tal variedad de sangres del campo bravo en su haber?
Por esto la figura de Manolete tiene que ser revitalizada de nuevo, dejando atrás lo superficial y sensacionalista. Manolete es mucho más que unas flores rojas sobre un mármol blanco de Carrara y más que unas tarantas bajo la luna de agosto. Manolete, el mito, el torero, es el pilar sobre el que se sustenta el toreo sesenta y siete años después.
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