Tercera entrega de la crónica electoral de los Madriles. Si las cosas fueran normales, tras una campaña, se llevaría el gato al agua el mejor candidato. Y si las cosas fueran muy normales, el mejor candidato sería el más preparado para el puesto. Pero las cosas no son normales ni, mucho menos, muy normales. Y no debe extrañarnos tanto. No es un fenómeno nacional, es un fenómeno democrático. La gente vota lo que le da la gana. O eso creemos.

En mi opinión (y en la de la mayoría, a decir de las encuestas que, cuando se miran en cualitativo, arrojan más aspectos interesantes para una política reposada y reflexiva que el número bruto de escaños) Gabilondo es el más idóneo para Madrid. Es un tipo de honda formación, talante conciliador, pocas aristas, suficiente cintura y oferta propositiva. Un socialdemócrata clásico, de los que ya no van quedando, tras el eficaz desmantelamiento ideológico del primer partido de España y su sustitución por el oportunismo mercenario de Redondo para Sánchez. Gabilondo es tan bueno que choca que figure como cabeza de cartel. Se dice en los mentideros que no hubiese querido repetir en la convocatoria electoral, hastiado bastante de una Asamblea bronca, de la política bazofia, del radicalismo que todo lo entorpece y la convierte, más aún, en bazofia hedionda. Pero ahí está el tío, a contrapié tras el envite de Ayuso (alocado y febril, aunque rentable en términos electorales), echándose a la espalda la apuesta del talante moderado, del gobierno serio, de una ilusión. En principio.

Digo en principio, porque en la sala de máquinas de Moncloa (Ferraz no tiene habitantes independientes ya y pinta una mona) el diseño es otro. En Moncloa solo cuenta el principio de Peter. El principio de Peter, así enunciado, es menos dañoso que el nombre completo de esta teoría: el principio de incompetencia de Peter (por su autor, Laurence J. Peter, ¿qué pensaban?) Básicamente sostiene que los puestos son ocupados por "empleados" incompetentes y, mientras estos llegan al machito, el trabajo lo realizan los "empleados" que aún no han alcanzado el grado óptimo de incompetencia. Añado que, estirando la teoría, muy práctica y visible hasta donde se alcanza a ver, el mantenimiento pertinaz del principio de Peter garantiza la continuidad del sistema: una cúspide discreta, en el mejor de los casos, sostenida por una base incapaz y silente (si es algo capaz, disimulará con más silencio para no perder el sitio). El previsible triunfo de Ayuso no está en el debe de Gabilondo, bueno a pesar suyo, sino en la puntería del principio de Peter en esta ocasión: el trabajo de los más competentes servirá para colocar a incompetentes del otro palo.

Gabilondo no se parece a Sánchez, es serio y formal. Ayuso sí se le parece, ni seria ni formal, y acierta al enfrentarlo como rival, a Sánchez. Por eso va a ganar Ayuso, porque el principio de Peter siempre funciona: competentes para incompetentes.

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