Libre te quiero, pero no mía. Este verso de Agustín García Calvo refleja lo que debe ser el amor. Amar no es poseer. Cuando creemos que poseemos al otro o a la otra los estamos considerando objetos, los cosificamos, los despojamos de su dignidad como seres humanos. La violencia machista parte de ahí, de entender a la mujer como un objeto, como una posesión. Y esa mentalidad habita en todos nosotros. Y debemos cambiar la mentalidad. Cada vez que aceptamos, en la barra del bar, un chiste que degrada a la mujer estamos permitiendo que se la golpee, se la patee, se la pisotee, se la asesine. La maté porque era mía. Qué distinta esta frase del verso de García Calvo. Cada vez que damos crédito al discurso sexista, estamos colaborando con el terrorismo machista.

La violencia contra las mujeres no respeta fronteras, culturas, niveles económicos. Está presente en épocas de conflicto y en tiempos de paz, en el hogar, en el trabajo y en la calle. Es una injusticia manifiesta que impide que la sociedad avance en el camino de la igualdad y el bienestar común que todas y todos queremos.

La violencia contra las mujeres desaparecerá cuando las mujeres dejen de ser ciudadanas de segunda y participen de forma igualitaria en la sociedad. Desaparecerá cuando dejen de estar a la cabeza de las cifras de pobreza, de las listas de desempleo o de sufrir la infravaloración de sus trabajos y los problemas de conciliación de su vida personal, laboral y pública. Desaparecerá cuando exista una verdadera educación no sexista donde las niñas y los niños tengan presente y futuro con las mismas posibilidades.

Desaparecerá cuando consideremos que el amor es dar espacio. "Si yo quisiera podría cortarle las alas y entonces sería mía pero no podría volar y lo que yo amo es el pájaro". Sólo si volamos juntos, además de con leyes y Días internacionales, desterraremos para siempre el machismo posesivo que golpea y mata.

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