Planazo en Castel Gandolfo

Gafas de cerca

08 de julio 2025 - 03:08

En las geografías meridionales, sucede con las noches de verano como con la salud o como con Santa Bárbara. Sólo nos acordamos de ellas cuando la cosa pinta mal. Sudar en la cama es garantía de mala noche, y si es cerca del mar, el calor puede ser inolvidable; salvo arrastrado por las circunstancias, nunca volveré a Mallorca o Barcelona en verano, lo juro por mis castas. Claro que tampoco han sido moco de pavo las veladas tórridas que desde Faro a Pulpí he tenido uno ocasión de lamentar, a veces en una tienda de campaña de puro plástico.

Esto siempre me recuerda a Eduardo Soto, que se indignaba con el argumento materno de que (nombre de ficción, o casi) en la distinguida urbanización Bello Panorama de la muy costera localidad colombiana de Bahía de Santa Marta hacía por lo menos cuatro grados menos que en la ciudad: “Y el doble de sudor de noche, y yo no soy físico, pero eso es así, es un hecho empírico total; y encima los bares a dos kilómetros, y no se te ocurra ir en coche. Lo de mi madre está entre la leyenda y la mitología”.

Tampoco uno se pone a dar saltos de alegría cuando no le duele nada ni tiene fiebres, escayolas o ardentías. Es lo que dicen los psicólogos organizacionales un “factor de higiene”: si los tienes bien cubiertos, ni flores; si te faltan, a quejarte. Lo de Santa Bárbara es otro misterio. Siendo la patrona de mineros y artilleros, la pobre tendría el corazón roto cuando los cañones apuntaba a huelguistas de las minas.

Ahora vienen heroicas fiestas estivales: es el momentazo de los pueblos a los que afluyen los veraneantes, los dominguers de poca cartera, los emigrados llorando a moco tendido frente al paso en la romería de su patrona, las ferias nocturnas a mayor gloria del decibelio. Es un planazo, sin duda, si no ¿por qué no cabe un alfiler?

A mí me han entrado ganas de hacerme Gentilhombre de Su Santidad al saber que León XIV se retira dos semanitas a Castel Gandolfo. Se tiene que estar poco a gusto allí. No se entiende cómo Francisco, el papa Bergoglio, le retiró el saludo a aquel discreto privilegio a orillas del Lago Albano. Todo hombre tiene sus rarezas. Hasta San Pedro.

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