
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Vicesecretaria de patafísica
Gafas de cerca
En las geografías meridionales, sucede con las noches de verano como con la salud o como con Santa Bárbara. Sólo nos acordamos de ellas cuando la cosa pinta mal. Sudar en la cama es garantía de mala noche, y si es cerca del mar, el calor puede ser inolvidable; salvo arrastrado por las circunstancias, nunca volveré a Mallorca o Barcelona en verano, lo juro por mis castas. Claro que tampoco han sido moco de pavo las veladas tórridas que desde Faro a Pulpí he tenido uno ocasión de lamentar, a veces en una tienda de campaña de puro plástico.
Esto siempre me recuerda a Eduardo Soto, que se indignaba con el argumento materno de que (nombre de ficción, o casi) en la distinguida urbanización Bello Panorama de la muy costera localidad colombiana de Bahía de Santa Marta hacía por lo menos cuatro grados menos que en la ciudad: “Y el doble de sudor de noche, y yo no soy físico, pero eso es así, es un hecho empírico total; y encima los bares a dos kilómetros, y no se te ocurra ir en coche. Lo de mi madre está entre la leyenda y la mitología”.
Tampoco uno se pone a dar saltos de alegría cuando no le duele nada ni tiene fiebres, escayolas o ardentías. Es lo que dicen los psicólogos organizacionales un “factor de higiene”: si los tienes bien cubiertos, ni flores; si te faltan, a quejarte. Lo de Santa Bárbara es otro misterio. Siendo la patrona de mineros y artilleros, la pobre tendría el corazón roto cuando los cañones apuntaba a huelguistas de las minas.
Ahora vienen heroicas fiestas estivales: es el momentazo de los pueblos a los que afluyen los veraneantes, los dominguers de poca cartera, los emigrados llorando a moco tendido frente al paso en la romería de su patrona, las ferias nocturnas a mayor gloria del decibelio. Es un planazo, sin duda, si no ¿por qué no cabe un alfiler?
A mí me han entrado ganas de hacerme Gentilhombre de Su Santidad al saber que León XIV se retira dos semanitas a Castel Gandolfo. Se tiene que estar poco a gusto allí. No se entiende cómo Francisco, el papa Bergoglio, le retiró el saludo a aquel discreto privilegio a orillas del Lago Albano. Todo hombre tiene sus rarezas. Hasta San Pedro.
También te puede interesar
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Vicesecretaria de patafísica
El Pinsapar
Enrique Montiel
Ten cuidado
Crónica personal
Pilar Cernuda
Nuevo compromiso de Sánchez, ¿creíble?
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
La rutina del barco
Lo último