Templos mudos

Postrimerías

08 de julio 2025 - 03:08

En su entrevista con el catedrático de Historia del Arte José Fernández López, excelente como de costumbre, se servía el otro día Luis Sánchez-Moliní de una hermosa imagen para referirse a la pérdida de capacidad de los espectadores contemporáneos a la hora de interpretar los programas iconográficos del Barroco: “Digamos que los templos han enmudecido”. En efecto, por abundar en las sinestesias, puede afirmarse que los lectores de la pintura mural, los óleos o los retablos del segundo Siglo de Oro, pero también de muchas otras manifestaciones artísticas anteriores y posteriores a nuestro deslumbrante Seiscientos, ya no entienden o entendemos del todo lo que al margen de su calidad nos cuentan las obras, con lo que una parte importante de su sentido –tanto más lejano en ocasiones por la desubicación o la ausencia del contexto original– se oculta a los ojos que las recorren como si deletrearan los caracteres de un idioma ignorado. Ahora bien, esta “desacralización de la vida pública”, en palabras del historiador, no afecta sólo al arte religioso, sino también al profano cuyo imaginario remite a lo que la fe en otro tiempo triunfante llamó el paganismo, pues tanto los episodios bíblicos o relativos a las distintas épocas de la Era cristiana –a menudo hibridados con figuras e historias preexistentes– como los procedentes del repertorio mitológico de la Antigüedad grecolatina son cada vez más ajenos e indescifrables, dada la ruptura de una continuidad cultural que se habría ido debilitando hasta quebrarse en algún momento del siglo XX. No sólo las iglesias, entonces, con sus minuciosas recreaciones de los textos sagrados, traducidos a imágenes o reinterpretados a través de ellas conforme a las corrientes estéticas y espirituales de cada época, sino también otros restos del pasado y hasta cierto punto toda la literatura de los siglos pretéritos, impregnada de formas e ideas con las que ya no estamos familiarizados, se habrían convertido en templos mudos. Los vemos pero no los vemos o no vemos todo lo que contienen. Nos hablan pero no entendemos bien lo que dicen. Efecto del tiempo, se dirá, y lo es desde luego, ya otras civilizaciones milenarias se disolvieron en la nada o pervivieron en signos apenas inteligibles y lo extraordinario, si nos detenemos a pensarlo, es que hayan durado tanto. Persisten de hecho aunque los fieles, como epígonos conjurados, tengan la sensación de habitar la tierra devastada o baldía del poeta.

stats