Julio

Las tardes silenciosas remiten a otras que se vivieron o no se vivieron pero pueden imaginarse

Quinto mes del primitivo año romano, en el que septiembre era, como indica la etimología de la palabra en la mayoría de las lenguas europeas modernas, el séptimo, julio cambió su originario nombre ordinal para rendir homenaje a César tras el asesinato del dictador, a quien se debía la reforma del calendario, llamado desde entonces juliano, que mantuvo su vigencia hasta el siglo XVI, cuando el papa Boncompagni lo sustituyó por el que seguimos hoy -en Rusia se rigieron por el anterior hasta la caída de los zares, de ahí que el famoso octubre tuviera de hecho lugar en noviembre- en todas las latitudes del planeta. Los pueblos no herederos de Roma o ajenos al cristianismo tienen lógicamente otras tradiciones, pero ya antes de la globalización se adecuaron, sin dejar de celebrar sus propios días fastos, a una periodización que con pequeños ajustes lleva muchas generaciones pautando la esforzada vida de la humanidad. Los habitantes del hemisferio norte tendemos a ubicar en agosto el cenit o el esplendor del verano, pero quizá sea julio, cuando la estación es todavía incipiente, cuando las ciudades no se han vaciado del todo ni ha desaparecido de ellas el ajetreo que llamamos normalidad, el que mejor define el carácter inaugural, siempre nuevo y promisorio de los días que van menguando, pero todavía parecen infinitamente largos. Las maravillosas ilustraciones del calendario republicano, donde julio se distribuía entre la segunda parte de Messidor y la primera de Thermidor, el mes décimo de los trigos dorados y el undécimo del calor o de las calores, como decimos en la tierra, muestran a sendas muchachas semidesnudas: una coronada de espigas que sestea entre las mieses, con la hoz de la faena apoyada en los haces, y otra que se baña en una fuente de trazas neoclásicas junto a un cisne casi humano y no precisamente asexuado, bellas imágenes de reposo, languidez y voluptuosidad que parecen indisociables de los usos estivales. Pero julio, como haciendo honor al guerrero epónimo, ha sido también un mes propicio para las batallas que no se libran en campo de pluma. En la propia Francia fue el mes de la madre de todas las revoluciones y entre nosotros el del inicio de una guerra que en cierto sentido no hemos dejado de librar, julio infausto el del 36 que según anotaron los cronistas habría sido, a efectos de temperaturas, relativamente benigno. Resguardadas de la plenitud solar, las tardes silenciosas remiten a otras que se vivieron o no se vivieron pero pueden imaginarse. La experiencia, la memoria de un individuo son muy poca cosa comparadas con las del mundo que nos precedió y no deja de acompañarnos.

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