Palabras prestadas

Pablo García Casado / Www.casadosolis.com

Fosas comunes

ÉSTE es un país muy extraño. Quizá la culpa la tenga nuestra orografía que convierte a nuestra península en un monstruo con cuatro espinas dorsales. Una especie de isla donde sobreviven los sentimientos centrífugos con los más telúricos iconos de pertenencia. Un país solidario con el resto del mundo y muy poco con los territorios cercanos. Una extensa porción ganada al mar, gastada por el uso, donde cada pedazo de tierra tiene un nombre y una historia. Con un subsuelo que habla por sí mismo y que revela, aunque miremos hacia otro lado, lo que hemos sido y también lo que seremos.

Hay en mi calle una terma romana. La encontraron los obreros que excavaban los cimientos del nuevo edifico. En ella todavía se pueden adivinar los dibujos, el trabajo artesano tesela a tesela. Hallazgos como este hay por toda la ciudad, y es inmenso lo que esconden las entrañas de la tierra, tanto que parece un pacto tácito no levantar toda Córdoba porque si no deberíamos marcharnos a otro punto del mapa y dejarla como un inmenso parque de ruinas y de historia con mayúsculas. La especulación siempre parece ganar la partida a los arqueólogos, aunque hay excepciones que nos devuelven la fe en la cultura.

Con los muertos pasa un poco lo mismo. Sus cuerpos están ahí, depositados en cualquier osario. Me cuenta un compañero de trabajo que una de las paredes del edificio está llena de huesos. Si fuera una mala película americana, por la noche empezaría un ir y venir de sombras en movimiento. Pero aquí, en Córdoba, la palabra osario es una calle, y carece del matiz fantasmagórico de las leyendas góticas. Sobre todo, porque, como decía, ésta es una tierra gastada, donde han pasado muchos. Y sus vestigios están por todos lados.

Pero no todos los huesos son iguales, como tampoco la muerte accidental es igual al homicidio. De todos es sabido que existen en nuestra ciudad fosas comunes de víctimas de la represión franquista. Moreno Gómez lo tiene bien estudiado. En torno a esos lugares se han construido parques de bomberos, pistas de deporte, auditorios y pulmones ciudadanos. Pudo construirse hasta un nudo de comunicaciones. Es una cuenta pendiente que tiene esta ciudad y este país. En Alemania, en Italia, en Argentina o en Chile no se ha dudado un minuto en recomponer la memoria asesinada. ¿Por qué en España cuesta tanto abrir la lata de nuestra memoria? Tengo la sensación de que late un sentimiento de vergüenza colectiva. Los unos por no saber romper definitivamente con su propio pasado. Los otros por permitir que el tirano muriera en la cama. Y en general, porque el olvido general es más cómodo, más sencillo, más políticamente correcto. Quizá porque a todos convenía, en un momento dado, amortiguar el ruido, no fuere que los sables o que las metralletas estropearan este pequeño experimento de monarquía parlamentaria.

Ya han pasado 30 años desde la Constitución. Creo que tenemos la madurez y la altura de miras para no seguir mirando hacia otro lado. No se trata de buscar culpables, ni de ajustar las cuentas, ni de meter en la cárcel o tratar con el mismo rasero a unos homicidas que en el mejor de los casos serán nonagenarios. Pero no debiera molestar que se pudiera saber la verdad. Saber quién murió, en qué lugar, cuándo y por qué. Hacer que los hijos y los nietos puedan completar la pieza, el eslabón de su cadena, que no quede relegada su memoria a una triste fosa común. Porque una fosa es para la basura, para las reses muertas. Y estos eran españoles que murieron sin nadie que honrara su memoria.

Desconozco si la mecánica utilizada por Garzón es la más adecuada para lograr ese objetivo. Pero sí alabo la postura valiente del Ayuntamiento de Córdoba de ponerse a disposición de cualquier iniciativa en ese sentido. Si ponemos un especial celo en rescatar el patrimonio que se esconde bajo nuestros pies, ¿no debemos hacerlo también por quienes fueron nuestros abuelos y bisabuelos? Quizá una reflexión tan sencilla tenga demasiados perfiles peliagudos, demasiado para un país extraño como el nuestro. Un país que tiene aún algunas cuentas que pagar con la democracia.

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