Cambio de sentido
Carmen Camacho
Se buscan vencedores
Alto y claro
Estos días, a cuenta del vigésimo aniversario del 11-M, se ha recordado hasta la saciedad la torpe maniobra de manipulación de la opinión pública que puso en marcha el Gobierno de José María Aznar en un intento baldío de que las consecuencias del atentado no le costasen las elecciones que se celebraban tres días después. El resultado de aquella maniobra ya lo conocen: la brecha que abrió Aznar con su engaño fue aprovechada con habilidad por el PSOE que logró dar la vuelta a las urnas y colocar a José Luis Rodríguez Zapatero en la Moncloa. Todo esto ocurrió en medio de una enorme tensión en la calle y con dos centenares de cadáveres amontonándose en los pabellones de Ifema. En esa época las redes sociales no existían más allá de los mensajes de móviles y los medios jugaban un papel de prescriptores de la opinión pública que, aunque hoy se mantiene, está muy atenuado. Pero los pocos recursos que tenían a su alcance fueron utilizados con éxito por el siempre inteligente Alfredo Pérez Rubalcaba para mandar a Rajoy a la oposición por ocho años.
Visto lo que pasó hace veinte años no deja de sorprender cómo la lección del 11-M no sirvió para nada. Salvando todas las distancias de tiempo y lugar, en los últimos meses, desde las elecciones del 23 de julio, asistimos a otro gigantesco intento de manipulación de la ciudadanía. Como Aznar en 2004, Pedro Sánchez parece empeñado en tomar a la gente por tonta y hacerla comulgar con intragables ruedas de molino. Si no ocurre otro terremoto político, el Congreso tiene previsto aprobar hoy la ley de amnistía, sobre la que ya está casi todo dicho. Aun así, conviene recordar que es una ley para la que no existía demanda social alguna y que tiene en contra a una mayoría de los ciudadanos en general y de los votantes socialistas en particular. Ha sido hecha y rehecha hasta que ha encajado como un guante en las pretensiones de los delincuentes a los que se va a perdonar y es el pago del chantaje al que ha sido sometido el Estado por esos delincuentes.
Resulta patético ver al presidente, a sus ministros y sus voceros, que hasta hace medio año consideraban la amnistía un imposible constitucional, defender hoy la medida como un bálsamo de reconciliación y de paz civil. Y por si eso fuera poco, asegurar que, si hoy los españoles no la entienden, en el futuro se verán sus virtudes. Se ha entrado en una espiral de engaños y manipulaciones que parece no tener fin y que terminará pasando su factura. Como se la pasó a Aznar y Rajoy las mentiras del 11 de marzo de 2004.
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