¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Biología de la derecha

De nada sirve llenar el zurrón de votos si después no los puedes traducir en poder contante y sonante

Todos los analistas de tronío coinciden en señalar que el PP de Casado ha conseguido en los despachos lo que las urnas le negaron: poder institucional. No hay nada criticable en ello, más bien lo contrario. En el nuevo ecosistema político español, marcado por la fragmentación, los políticos que tengan el gen del pacto contarán con una importante ventaja evolutiva sobre sus adversarios. La crisis supuso para la política del país una revolución cámbrica, una multiplicación de las especies que ha llenado los gráficos electorales de nuevos colorines (naranja, morado, verde…) y sólo prosperarán aquellos individuos capaces de adaptarse, como Sánchez (que ya marcó el camino con ese ensayo general de la nueva política que fue la moción de censura a Rajoy) o el propio Casado, que ha resultado en los salones mucho más inteligente que en los polideportivos. Cuando el trifálico (nunca le agradeceremos lo suficiente a la socialista Dolores Delgado el hallazgo terminológico) desbancó al PSOE en Andalucía, quedó claro que a la derecha se le abrían nuevas posibilidades gracias a la ciencia combinatoria y al noble arte del politiqueo. La gran derecha unificada de Aznar era un hermoso ejemplar para mostrar en circos y museos de historia natural, una potente máquina fisiológica preparada para el aburrido mundo bipartidista, pero era evidente su inadaptación al paisaje poscrisis. Sobre todo por su incapacidad para buscar alimento en esas rendijas que -a derecha e izquierda- sí alcanzan otros animales más pequeños y mejor especializados en los ecosistemas políticos actuales, como son Cs y Vox. La simbiosis, ya se sabe, es una de las estrategias de supervivencia más elegantes e inteligentes.

El PP de Casado ha asumido lo que cualquier persona debe comprender antes de alcanzar el estatus de adulto: hay que saber pactar con la realidad. Lo contrario lleva al eterno síndrome de Peter Pan, a la melancolía adolescente. Los sufragios son importantes, pero más lo son los bastones de mando. De nada sirve llenar el zurrón de votos si después no los puedes traducir en poder contante y sonante. Ciudadanos, por su parte, parece haber comprendido el papel de fuerza auxiliar que el electorado le ha asignado. Rivera debería olvidar por ahora sus delirios gaullistas y centrarse en construir un partido liberal (en el amplio sentido de la palabra) con el que tanto PP como PSOE puedan hacer la pared. Quizás algún día los electores se lo agradezcan con una temporada en La Moncloa. Y Vox… de eso hablamos otro día. Son y están demasiado verdes.

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