¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El PP coge carrerilla

Vox se ha equivocado en empeñarse en mostrar su cara más dura, en herir la sensibilidad de tantos

No es mi labor la de la profecía, pero tanto las encuestas como el ambiente que se respira indican que el PP ha cogido el trote cochinero (lo decimos desde el respeto más absoluto tanto al rey de las dehesas ibéricas como al centroderecha) que le llevará al Palacio de la Moncloa. En todas las elecciones, incluso en las más disputadas, hay un momento en el que se respira el napalm de la victoria y Feijóo y los suyos ya se saben ganadores.

¿Qué ha ocurrido? Evidentemente, el debate del pasado lunes, en el que los españoles pudieron ver a un Sánchez nerviosísimo y cariacontecido que parecía más preocupado en salvaguardar su controvertida memoria como presidente que en ganar las elecciones. Feijóo usó principalmente la técnica del yudoca, es decir, aprovechó la ira y la fuerza de su adversario para derribarlo. El presidente besó el tatami y hoy ni siquiera el Boletín Oficial del Progresismo (BOP) lo niega.

Feijóo, como decía, usó la técnica del yudoca, pero Sánchez intentó la del boxeador. Incluso en la escenografía previa al debate todo nos remitía a ese lugar común de las películas de boxeo en las que los púgiles se retiran del mundo para prepararse para el combate. Sólo faltó sonar el legendario Gonna Fly Now compuesto por Bill Conti para Rocky.

Para que cambien las tornas y se le escurra la victoria el PP debe cometer errores garrafales. Por supuesto, y por mucho que algunos lo exageren, no cuentan como tales los dislates de algunos concejales palurdos censurando los cipotes y vulvas de un montaje teatral o los besos sáficos de algún machanguito mainstream. La equivocación debe ser grande, enorme, desmesurada, como el sexo del argentino.

Así las cosas, solo queda saber cuántos votos útiles es capaz de arrancar el PP a Vox sin espantar al electorado centrista. No es muy difícil, la derecha española tiene una larga tradición posibilista que ejemplificó el propio Franco cuando descartó a Blas Piñar como ministrable. “Es un exaltado”, dijo, y siguió a lo suyo.

Vox se ha equivocado al empeñarse en mostrar su cara más dura con un programa de máximos que solo los muy voxeros pueden suscribir; en herir la sensibilidad de tantos (¿quién no tiene hoy en día a un amigo o un pariente homosexual?); en ampliar, al igual que cierta izquierda y su “memoria histórica”, esa siniestra brecha que se vuelve a abrir entre los españoles. La gran mayoría de los ciudadanos quieren recuperar la unidad y la concordia. El ambiguo Feijóo parece el hombre capaz de conseguirlo.

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