La vida vista

Félix Ruiz / Cardador /

Nada

NADA. Uno escucha con detenimiento el discurso de Susana Díaz en su investidura y el de los miembros de la oposición y llega a esa conclusión: nada. Nada, absolutamente nada de lo que dijo la nueva presidenta ni de lo que dijeron sus socios de IU o sus rivales del PP me hizo sentir el más mínimo pálpito en lo que aún queda, si aún queda algo, de mi enfermo corazón político. Muchas palabras se dijeron, pero palabras de ese idioma gastado y medio muerto que habla una clase política en la que hoy casi nadie cree. La presidenta, ardorosa, se mostró como una furibunda adalid en la lucha contra la corrupción, mientras que, curiosamente, en plan melindroso, no se atrevió a bajar al terreno de lo real para mencionar el lamentable caso de los ERE y decir con claridad que un asunto tan bochornoso y ruin jamás volverá a acontecer mientras ella esté al mando de la nave andaluza. Susana Díaz lo evitó, sí. Midió. Especuló. Se autoinvalidó. Un discurso, entiendo, con el sabor propio de un laboratorio político al uso en el que se dice lo que se entiende que la gente quiere oír y se esquiva con fintas teatrales lo que se entiende que compromete y perjudica. La valentía es otra cosa, demonios. La política es otra cosa en realidad, pero aún así suscitó en 19 ocasiones el aplauso de sus correligionarios y de sus agradadores. El problema radica en que los parlamentos o los plenos se han ido convirtiendo con los años en teatrillos tristes donde la distancia entre lo que se dice y representa y lo que de verdad ocurre de fondo resulta sideral. Siempre los políticos representaron un papel, de acuerdo, pero la distancia entre lo que los suele mover -sus ambiciones personales- y lo que debería moverlos -el bien común- nunca en nuestra democracia fue tan enorme y evidente como ahora. Se trataría de mezclar si acaso ambas cuestiones con prevalencia de la segunda sobre la primera, pero no es así. El bien común: ¿qué demonios significará hoy el bien común? Elena Valenciano, vicepresidenta federal socialista, soltó sin embargo al final de la investidura que tenía la sensación de haber asistido al "primer discurso político del siglo XXI", como si lo que ayer dijo Díaz fuese algo llamado a pasar a la historia y a transformar el mundo. Acabáramos. Vivan los ditirambos y vivan los palmeros. Viva la nada.

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