Análisis

PANDEMIA Manuel barea 60

Cobayas: infectados a propósito

No hay nada como un ser humano para hacer pruebas. Mejor que un mono, que un ratón. Es obvio. La acción y la reacción que provoque el experimento, sus efectos y sus consecuencias, se conocerán en nuestro organismo de primera mano, sin intermediarios. Con la pandemia hemos sabido que hay cobayas humanas. Personas que se prestan a que se experimente con ellas en una suerte de altruismo de riesgo, de máximo riesgo, porque te puedes quedar en la prueba, a sabiendas de que, como mucho, recibirás un homenaje póstumo. Hay que tenerlos bien puestos, hay que querer a la humanidad más que a uno mismo. Que se sepa, se hace gratis, no se tienen constancias de mercantilismo alguno en esta iniciativa.

Que un hombre es una cobaya más productiva y fructífera que cualquier otro ser que pueble la tierra ya lo probaron los siniestros matarifes del régimen nazi. Éstos no les preguntaron a los hombres, mujeres y niños con los que dieron rienda suelta a sus diabólicos experimentos, probaturas que, por otra parte, no buscaban ningún beneficio universal, sino todo lo contrario: eran ensayos ejecutados desde el delirio criminal del exterminio en masa que se realizaban para ratificar la supuesta superioridad hegemónica de una raza pura que dominaría el mundo. No, no había ningún voluntario entre aquellos inocentes masacrados.

Los que ofrecen ahora su cuerpo como banco de pruebas para que se investigue con el fin de dar con un remedio contra el Covid-19 sí lo son, claro. Se trata de jóvenes sanos convencidos de que merece la pena correr el riesgo de infectarse a propósito con el SARS-CoV-2 para intentar salvar miles, millones de vidas. El éxito, es obvio, no está asegurado: puedes quedarte en una camilla cuyo próximo movimiento sea rodar hacia la morgue, y puedes quedarte con secuelas que conviertan lo que te queda de existencia en un infierno. De repente, me pongo en el pellejo de uno de esos tipos. Supongo que habrá entre ellos algunos a los que los avatares de la vida les pueda haber empujado a convencerse de que no tienen nada que perder, que lo mejor que pueden hacer es entregarse a esta iniciativa nacida del movimiento 1DaySooner (Un día antes, en inglés), una idea -leo en El País- de Josh Morrison. En su página web hay registradas 16.000 personas que muestran interés en dejarse inyectar el coronavirus. La OMS flipa con estos benditos locos, a los que agradece su disposición. No es una novedad en la historia de la ciencia. Otros los han precedido en ocasiones en los que otros males pandémicos estragaron el planeta. También se ofrecieron deliberadamente sin ningún aval. Y esperaron, a ver qué pasaba. Me pregunto qué se debe sentir. Porque no se trata de ser consciente de la posibilidad de que la enfermedad y la muerte llamen a tu puerta, como a la de cualquiera. Se trata de retarlas a que pasen.

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