Música

El Barrio abraza a Córdoba en su reencuentro

El Barrio, durante su actuación en la plaza de toros de Córdoba.

El Barrio, durante su actuación en la plaza de toros de Córdoba. / Juan Ayala

Licenciao en este juego al que alguien llamó vida, tras veinte años de mili y 14 álbumes de estudio en la mochila, El Barrio se reencontró con Córdoba en una calurosa noche a la que él se encargó de acabar de prender en fuego y a la que abrazó y besó a su manera para hacerla suya. Con parte de sus grandes éxitos, dejando para el epílogo ese Somos los barrieros que es casi un himno, en el repertorio y la presentación de los temas que dan forma a su último disco, Atemporal, que da nombre a la gira, el cantautor gaditano llamó con su voz durante dos horas a las envidias, los sueños, y sobre todo al amor (y al desamor) que riega los caminos con su inconfundible sello propio, plagado de buen rollo.

“Mi padre siempre será atemporal” se oyó durante la presentación, con una voz en off, de un concierto que arrancó con un tema instrumental y se acabó de encender cuando José Luis Figuereo apareció en el escenario, completamente de negro, coronado por su ya clásico sombrero. Hay cosas que no cambian, ni lo harán por más que las hojas del calendario sigan pasando. Una de ellas es esa “seña barriera” que Selu se encarga de mantener en todos sus trabajos, también en este Atemporal que es un viaje hacia la “nostalgia” del pasado, pero mirando al futuro, que al final es de lo que se trata.

Con las imágenes de fondo de su playa de Santa María del Mar, y ese “náufrago del sur (….) gaditano y andaluz” con el que arranca Amores maníos, El Barrio se fue metiendo en faena ante un público al que sabe entregado desde horas antes, y al que de seguido invitó a beber “agua fresca” en un pozo al que más de uno se hubiera tirado de cabeza para combatir el intenso calor reinante en una abarrotada plaza de toros de Córdoba.

“Vamos a intentar dar una noche memorable”, manifestó el artista antes de proseguir con la parte más intimista del concierto. Ahí hubo lugar para Poetas de versos torcíos, Qué arte, no o El último adiós, ese que llega a veces con lágrimas, otras sin ellas, pero siempre sentío, sin buscar culpables donde no los hay, porque simplemente toca así. Y también para unas bulerías, Vamo niña un poquito, en las que Selu se entregó: “Anoche soñé que tú me besabas, con tu aliento me curabas las llagas del corazón (…) Tengo una casita hecha de caramelo, por si se te antoja decirme te quiero”.

Una magia que continuó, y hasta creció, con Curandero y esas letras cantadas a coro que llaman al amor a gritos: “Ay tus besos! No sé qué tendrán tus besos, que por las noches me desvelan, llega el día y no me duermo”. Locuras y desvaríos con “tu nombre grabao a fuego” para llegar a un receso que dio paso a la parte final de la actuación, más movida, que el artista vivió ya sin chaqueta, con una camiseta, igualmente negra, para acabar de entregarse a los suyos, esos que le tienen la mano tendida siempre.

El cantautor gaditano, en plena actuación. El cantautor gaditano, en plena actuación.

El cantautor gaditano, en plena actuación. / Juan Ayala

Mi amante luna sirvió para comenzar a escalar hacia la cima, no sin parada en El remanso, donde sentado, guitarra en mano, El Barrio se deslizó con “como quieres que te arregle los hilitos que llevas colgando, si cuando vienes a verme se me pasa el día volando” para acabar de conquistar al público. A veces, el single que abrió este Atemporal con el que ahora gira, prosiguió ese caminar hacia el final.

Un epílogo que se fue dibujando con Una torpe canción y Las costuras del alma y que, como queriendo jugar a lo imposible, siguió con El comienzo, uno de sus clásicos, dentro de un mix de incluyó Buena, bonita y barata, el reconocible Pa’Madrid y hasta unas estrofas del Rock de la cárcel. Fue el momento sin guion, casi, ese en el que Selu comenzó a interpelar con sus fans, que a cada amago de adiós pedían un bis más con el objetivo final de alargar lo inevitable, una despedida que siempre duele, aunque los recuerdos de lo vivido, ese corazón en calma y las sonrisas vistas por última vez ayudan a pasar el trago. Porque pensar en el reencuentro, ya es un motivo de felicidad, y la vida, como la canta El Barrio, es alegría.

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