Tartufo | Crítica

Tartufo o la impostura a revisión

Pepe Viyuela, en un momento de la representación de 'Tartufo'.

Pepe Viyuela, en un momento de la representación de 'Tartufo'. / IMAE Gran Teatro

La sombra del recinto ferial alcanzó el patio de butacas del Gran Teatro el pasado viernes, que registró media entrada para ver una comedia clásica de postín. Aprovechando la ocasión que proporcionan los centenarios, Lantia Escena conmemora que hace cuatro siglos nació Molière y lleva a escena su inmortal Tartufo.

Tartufo es el personaje cumbre que Jean-Baptiste Poquelin creó para denunciar la hipocresía en la sociedad de su tiempo. Tartufo es el impostor consumado que, envuelto en un halo ficticio de moralidad intachable, consigue camelar a benefactores hasta arrebatarles todo lo que poseen. Todo ello, pese a los intentos del resto de convivientes para retirar la venda que impide ver al estafado la naturaleza real de su timador, y cuando esto ocurre siempre suele ser demasiado tarde.

Ernesto Caballero firma y dirige la adaptación del texto original usando herramientas en boga para contextualizar y así dinamizar al público actual, incapaz de mantener atención en la escena durante 100 minutos de verso recitado dividido en cinco actos, hablador, tosedor e hiperenganchado al smartphone. Para oxigenar la sala y que el respetable no califique la obra como un pestiño insalvable (o eso puede creerse) recurre al Meta teatro como refresco y finalidad didáctica, incluso se atreve a meter morcilleo millennial sacando fuera las frases de la sirvienta para convertirla en limpiadora choni que, como colofón, nos invita a participar en una coreo de TikTok.

La puesta en escena también rezuma de ambientación conceptual y minimalista, bien para ir a una con la propuesta o bien para escapar de grandes escenografías trasportadas en tráilers de 15 metros incapaces de sufragarse con el diésel por las nubes. Un punto interesante queda en ciertas pinceladas en el vestuario, iluminación y espacio sonoro que revelan toques reminiscentes del expresionismo alemán reflejado en la filmografía de Mornau, conocido por Nosferatu y que también rodó su particular Tartufo.

Dejando a un lado comentarios discutibles sobre la propuesta llevada a escena, ésta para nada destiñe la magnífica ejecución que el elenco realiza sobre las tablas. Todo el equipo de actrices y actores se entregan con generosidad y defienden la representación en todo momento, ya sea interpretando su rol correspondiente o haciendo su desdoble por momentos para ser ellos mismos. Y de Pepe Viyuela, qué vamos a decir. Él solito nos mete en el bolsillo en cuanto pisa el teatro. Nos regala un personaje muy exigente respecto al tratamiento físico y en cada gesto o palabra nos seduce. Su actuación junto al resto de profesionales que le acompañan merecen el aplauso vigoroso que recibieron finalizada la representación.

¿Quién es Tartufo y cuánto hay de él en nuestra vida? Con este dilema hamletiano, también presente en el parlamento de Pepe como actor que intenta acercarse a su personaje, salimos del Gran Teatro empujados a preguntarnos lo mismo. ¿Cuantas veces al día debemos enfundarnos en el abrigo de las buenas maneras para agradar o conseguir el favor de la gente? Guste o no, la autenticidad 100% es difícil mantener. Todo depende del tamaño del aro que estemos dispuestos a pasar y una vez cruzado sigamos reconociendo el reflejo que nos devuelve el espejo.

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