Entrevista

Manuel Vilas: "Solo los críticos están obsesionados con una chorrada como la novela canónica"

Manuel Vilas en La Inaudita este pasado jueves.

Manuel Vilas en La Inaudita este pasado jueves. / El Día

-Viniendo a esta entrevista me he acordado de la obsesión que tenía su padre por aparcar siempre el coche a la sombra, que usted contó en su novela Ordesa, y que si no era posible aparcar en sombra era capaz de no ir a ningún sitio. Aquí en Córdoba pasa algo parecido cuando llega el calor, que a falta de sombras por las que andar se piensa uno lo de salir o no. 

-Hace demasiado calor, sí. Yo pensaba que era una obsesión peculiar de mi padre, pero cuando publiqué el libro fue una cosa increíble la cantidad de gente que me dijo que su padre era exactamente igual que el mío en el tema del coche. Una coincidencia de lectores cuyos padres y ellos mismos han heredado esa obsesión de la clase media española creada en los años 60, que se explica porque es una de las primeras posesiones que esa clase media tuvo y lógicamente la cuidaba. 

-Esa revelación es como cuando uno se cree que una palabra solo la utilizaban en su casa y resulta que al final la decían en todas. 

-Es lo que me pasó a mí con esa anécdota de mi padre. Pero no solo en España, también en Francia, Italia, Alemania, Portugal. La clase media es universal. Igual que en el S. XIX hubo la internacional del proletariado, en el S. XX es la internacional de la clase media. Hay un salto histórico que es un poco lo que refleja Ordesa, la aparición de la clase media donde antes había campesinado, obreros. 

-Escribe en el libro "clase media guion baja", como para no pasar por alto ese guion. ¿Se le pone el apellido "media-baja" a gente que probablemente sea más bien pobre?

-Ese guion es muy peligroso. A veces es difícil distinguir. La clase media-baja es aquella que tiene muchas dificultades para llegar a fin de mes, que vivía con lo puesto y normalmente asumimos como pobre al que no cubre las necesidades básicas. En el libro lo digo: “en realidad éramos pobres”. Lo que pasa que como teníamos un piso en alquiler y un coche, y comíamos y vestíamos…

-¿Cómo recibió el éxito de Ordesa después de varios libros publicados?

-Fue el encuentro con miles de lectores. Me cambio la vida y el sentido de la literatura. Yo pensaba que la literatura tendía a ser de carácter minoritario, que en España el público de literatura pura y dura era de 3.000 o 4.000 lectores, que es básicamente lo que vende una novela literaria en España, y me equivoqué. Eso me ayudó a pensar muchas cosas como que el problema era que a lo mejor no lo estaba haciendo tan bien. 

-Pero no quiere decir que por vender más libros sea mejor. 

-No, pero un escritor necesita los lectores. No necesita un millón de lectores, pero sí un grupo nutrido que no pueden ser 5.000. En un país como España esos lectores son pocos. La literatura es un hecho comunicativo, tiene que haber alguien al otro lado. Hay literatura cuando alguien abre una novela y se emociona con lo que está leyendo. 

-¿Usted pensaba que iba a acaparar la satisfacción de tantos lectores?

-No, porque es una novela hiper literaria y encima fragmentaria, pero tocaba una tecla universal que es la relación entre padres, madres e hijos. Y la tocaba desde las cosas más cotidianas, los coches, vestidos, trajes, las casas... Eso hizo que ese relato atravesara el corazón.   

-Además, logra el éxito siendo una novela heterodoxa en el estilo. Usted mismo reconoce en el libro que su narración es "caótica". 

-Efectivamente yo siempre he sido un escritor muy heterodoxo. La crítica siempre está ahí sacándote tarjeta amarilla, te dicen: eso no es una novela canónica. Es una obsesión inquisitorial, aberrante, que solo he visto en España. En ningún otro país. Si es un libro que emociona, da igual. Solo los críticos están obsesionados con una chorrada como ésa. Eso sí que me irrita porque cuando te persiguen con el género literario, detrás hay una intolerancia muy arraigada en otros ámbitos de la vida española. Tiene que ver con una herencia judeo-cristiana de no aceptar la versatilidad del mundo. Tienen una idea rectora del mundo y todo aquello que se aparte debe ser machacado. Auténticos pelmazos que están esperando a ver si hay planteamiento, nudo y desenlace.

-Existen varias coincidencias con otro éxito literario posterior que fue Feria de Ana Iris Simón. Los dos hablan de familia, en los dos subyace España de fondo, los dos con un estilo parecido.

-Sí, tienen muchos puntos en común, aunque son dos familias de diferentes generaciones, pero es el retrato de una familia, que es el centro de gravedad de las personas. También hay una diferencia importante y es que en mi novela mis padres ya están muertos.

-Leí hace unos días un reportaje en el que decían que "no cabe un evento literario más". Aquí mismo algunos autores han manifestado su hartazgo por giras interminables. ¿Usted siente esa saturación? 

-No es saturación. Es simplemente que los Estados se han convertido en Estados Culturales. Hay públicos que desean escuchar a un escritor a un pintor a un cineasta, a un historiador, un sociólogo…En absoluto es censurable o malo. Eso quiere decir que es una sociedad que desea cultura. En Italia hay muchísimos más festivales literarios que en España, aunque todo el mundo occidental está plagado de festivales de literatura. Pero eso demuestra la modernidad, la curiosidad por la cultura. Es positivismo. Cuantos más eventos haya, mejor estamos. Una sociedad que vaya al teatro, lea libros, vaya a exposiciones de arte y conciertos de música está blindada contra la desesperación y el mal rollo. Yo cuando voy a una ciudad o un pueblo y veo que tiene un teatro, un buen restaurante y una librería ya sé que estoy a salvo. Es una ciudad viva. Es la prueba del algodón.

-No entiendo entonces a la gente que dice que Córdoba está muerta...

-A ver, en España a veces nos flagelamos mucho. Si hay eventos es porque la gente va, y si la gente va quiere decir que la cultura está viva. Y si la cultura está viva quiere decir que es una ciudad de puta madre. 

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