Manuel Barrueco | Crítica

El reinado de la semántica musical

Manuel Barrueco, durante su concierto del Festival de la Guitarra.

Manuel Barrueco, durante su concierto del Festival de la Guitarra. / Laura Martín

Es ciertamente molesto saber que cuando se asiste a un concierto se puede escuchar fácilmente una llamada de móvil, el sonido inconfundible del papel de un caramelo, la tos que determina el final de un movimiento... O como en este caso, el doble paseo de una persona por los asientos a mitad de una pieza, ante la mirada atónita del resto del público. Por suerte, la concentración de Manuel Barrueco, impasible ante este tipo de adversidades, no se disipó, asegurando la atención del público desde el primer acorde hasta el último en su concierto en el Festival de la Guitarra.

Comenzó con tres piezas renacentistas de Luis de Narváez, iniciando así el viaje en el tiempo, leitmotiv de todo el concierto. La quietud mostrada en La canción del emperador contrastó con la fluidez de Baxa de contrapunto para después enlazar con unas brillantes diferencias sobre Guárdame las vacas.

Interesante e hipnótica la obra de Héctor Angulo, Cantos Yoruba de Cuba. La lengua Yoruba era hablada por esclavos africanos que durante la colonización fueron importados a Cuba. Es utilizada por el maestro Leo Brouwer en sus composiciones y se caracteriza por una acentuación llana.

Tras las sublimes danzas cubanas, finalizó la primera parte con Preludio y Danza de Julián Orbón, llevando al público a un lenguaje más contemporáneo sin perder el espíritu criollo de las danzas anteriores.

La segunda parte se presentó más nostálgica, pues en el relato musical de este programa España ya había perdido Cuba, la última de las colonias americanas.

Manuel Barrueco nos hizo saborear dicha nostalgia gracias a la claridad y el detalle de La maja de Goya y A la cubana, op. 36. De la Suite española op. 47 de Albéniz, seleccionó Castilla, Aragón (claro guiño a los Reyes Católicos) y Cuba. Mención especial a la soberbia interpretación de Castilla, llena de carácter y firmeza.

Cerró el concierto con tres transcripciones de Francisco Tárrega sobre zarzuela, con una pureza y un sonido envolvente que enterneció al público. A consecuencia de los aplausos, Manuel Barrueco regresó obsequiándonos con la Sonata k27 de Domenico Scarlatti, un estilo totalmente distinto al que había ofrecido hasta ese momento, el Barroco.

Manuel Barrueco, caracterizado por su pureza sonora, su buen gusto y elegancia, cautivó al público en un alarde técnico y expresivo. Sobre el escenario demostró con dominio y humildad que es un claro ejemplo de guitarrista al servicio de la música: nada más sentarse se convierte en un intermediario, un vínculo de unión entre la obra y el público, consiguiendo que centres toda tu atención en el discurso musical, que se encontró a lo largo de todo el concierto en primer plano. El martes nos lo dejó claro: la semántica del arte está por encima de todo.

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