XXviii Festival de la guitarra · Una nueva cita con el maestro almeriense

La Guitarra Flamenca irrumpe en el festival con el sello de Tomatito

  • El guitarrista presentó en el Gran Teatro lo mejor de su repertorio flamenco de la última década · La maestría del intérprete logró entusiasmar a un público entregado al artista en cuerpo y alma

Tomatito organizó anoche en el Gran Teatro una enorme fogata, para la que, no en vano, ha estado reuniendo buenos troncos durante los últimos diez años. Con una madera tan noble y tan bien trazada, las llamas se alzaron por encima del tejado e iluminaron desde el Bulevar hasta la Ribera misma, como si dentro del coliseo estuvieran ardiendo las mismas calderas de Pedro Botero.

El guitarrista almeriense apareció en el escenario solo, con una camisa discretamente llamativa (blanca con lunares negros) y una melena más corta de lo que nos tiene habituados. Su leve inclinación de cabeza fue respondida con aplausos de un inusitado fervor que consiguieron alargar su primigenio tablao por encima del patio de butacas, desde el que le jaleaban sus seguidores y le daban ánimos como si de parte de su elenco se tratase. "¡Vamos Tomate!, ¡Ole!", le repetían en los solos de guitarra, en los que no dejó a nadie indiferente.

Ensimismado, el tocaor se presentó en Córdoba envuelto en su piel más flamenca, la primigenia, la que nunca abandona, la que vuelve locos a la mayoría de sus seguidores -que siempre quieren más- y la que le precede desde su juventud, al lado del maestro Camarón. Pero desde su emancipación, Tomatito ha pasado mucho tiempo, y ahora el aprendiz, que arrancó a su guitarra sus mejores temas antológicos, imparte sabiduría entre nuevos y aventajados alumnos como su sobrino Cristy, que le acompañó como segunda guitarra.

Si los cantaores -Morenito de Íllora y Simón Román- fueron aplaudidos en sus desgarradores alaridos, no menos lo fue el joven bailaor José Maya, que con su baile electrizante y su retadora mirada, fue capaz de ganarse al respetable en su fugaz comparecencia inicial, que aguardaba un torbellino aún mayor para un fin de fiesta de los que no se olvidan.

Entre el público del Gran Teatro, mucha gente joven salpicada con las habituales notas de color del festival, como la pareja de japoneses o los guiris con gorra que han olvidado que el temible calor de la siesta ya pasó; lo que ignoraban era que el verdadero calor -el de una incandescente guitarra flamenca- estaba por venir.

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