Cero en la portería para un aprobado
Córdoba-nàstic · la crónica
El Córdoba encadena su quinta jornada sin perder y afianza su estilo en El Arcángel ante un cualificado rival · Los blanquiverdes tuvieron más ocasiones, aunque el Nàstic disfrutó de la más clara con Campano
Juanín y Mena salían juntos del estadio. Entre la penumbra de la noche, algo cabizbajos, comentaban los pormenores de un partido más, uno de tantos en los que el desenlace pudo haber sido mejor. También peor. Quizá por eso, porque el contrario tenía nombre y su rango de ex Primera no está aún mohoso, se respiraba cierta sensación de sosiego por el punto sumado. Quizá por eso, el gentío que se arremolinaba en los aledaños del campo -chicas jóvenes con la cara pintada, niños con la camiseta de Javi Flores...- lucía mayormente una sonrisa o, en el peor de los casos, una expresión neutra, de resignada conformidad, a años luz del enojo o la frustración. Juanín y Mena son, ahora, dos cordobesistas más aunque hay quienes -y no faltan motivos- les consideran leyendas del club. Ambos estuvieron en el primer ascenso a Primera División. Juanín, además, logró el primer gol blanquiverde en la máxima categoría: 1-0 al Valladolid. En sus piernas hay mucho fútbol y en su memoria, todavía más. Sabe de qué va esto. "Se pudo ganar", mascullaba el genio de Nerva. Casi simultáneamente, a unos metros de allí, en la sala de prensa, José González exponía ante los medios una visión casi idéntica. "Hemos merecido algo más que el punto", apuntaba el gaditano. Dos inconformistas separados por casi tres décadas en el almanaque, pero unidos por la sensación de haberse quedado con hambre.
El Córdoba salió ayer de El Arcángel sin haber encajado un gol, con un punto en el bolsillo y el crédito intacto. Puntuar es vivir. Después de engarzar la quinta jornada sin perder, se puede atestiguar que el Córdoba va puliendo su estilo. El estilo de José González, obviamente. Ayer repitió alineación por primera vez, con un doble pivote compuesto por Ito y Carpintero -cada vez más entonado, por cierto- y Javi Flores arriba, con el inamovible Asen. Atrás, el personal no se anda con rodeos: Ceballos y Rubén se han hecho con los flancos en propiedad. Son defensas y defienden. Pedirles más quizá sea un riesgo que, hoy por hoy, el Córdoba no tiene necesidad de asumir. Siempre y cuando, claro, Arteaga y Cristian Álvarez penetren como es debido por las alas. Ninguno está en sus horas más dulces, pero ayer despacharon una actuación seria en un partido que no era sencillo.
En Segunda se juega con la pelota y con el equilibrio mental del contrario. El Córdoba sacó la mitad del botín y dio un curso de autocontrol. Tuvo sus ocasiones y no las aprovechó, pero eso no le hizo volverse loco, torturarse con la idea ni perder el sentido de la realidad. No murió por sobredosis de pasión, como tantas veces le ocurrió en el pasado. Y, en los tiempos que corren, un empate ante el Nàstic tiene su valor.
Nadie es mejor que nadie, mientras no se demuestre lo contrario. Y ayer, ninguno lo hizo. Ambos demostraron ir sobrados de disciplina, concentración, solidaridad y todas esas cualidades que dan unidad a un grupo y le llevan a comportarse sin estridencias sea cual sea la situación. Córdoba y Nàstic se adaptaron bien aun partido rasposo, típico de la categoría, en el que ninguno quería perder la posición ni dejarse robar la cartera.
Con un ambiente espectacular en el graderío, el Córdoba tuvo una interesante puesta en escena. Se le vio suelto, bien colocado y comprometido en el esfuerzo, pero con evidentes dificultades para trenzar jugadas de ataque. El primer acercamiento fue del Nàstic, en un centro de Víctor que cazó en el segundo palo Redondo -un extraordinario futbolista- para echar fuera el balón. Los mismos protagonistas asustaron en el minuto 18, pero el tiro fue repelido por Raúl Navas.
Este Córdoba podrá gustar más o menos, pero es seguramente el más sincero que se haya visto en muchos años en El Arcángel. Sale a ganar los partidos con un guión preparado y un talante solidario. Lo dice José González y hay que creerle. Eso sí, a su modo, que no es precisamente una carga del séptimo de caballería a toque de corneta ni un desembarco de marines emborricados que arrasan con lo que se les ponga por delante. Prefiere no conceder ocasiones al contrario y aguardar la suya, que siempre llega. Sea por elaboración propia, por pifia del de enfrente o simplemente por casualidad. Es como un escorpión que se adapta al medio, se protege y se enrosca... hasta que ataca una vez. Y el aguijón, ahora, se llama Javi Flores.
Lo del canterano es una historia clásica de superación de obstáculos, un episodio tan emocionante como didáctico: primero se ganó un sitio en el once; después, logró ocupar el puesto que siempre ha preferido. El de media punta, claro. El de Fátima es tanto más dañino cuanto más cerca se mueve del área. Ahí es capaz de improvisar soluciones, un arte al alcance de pocos. En una primera parte reñida y de fútbol racial, el cordobés estuvo metido en todas las situaciones que supusieron un riesgo para la meta de Rubén Pérez. A los ocho minutos, cuando todo el mundo se dedicaba a poner los arrestos sobre el campo en un pleito duro y malencarado, fue el primero que miró hacia los tres palos y lanzó un tiro. Lejano y desviado, sin peligro. Fue más un testimonio de existencia que una oportunidad. Éstas escasearon, principalmente porque tanto los anfitriones como los de César Ferrando llevaron sus estilos hasta las últimas consecuencias. Nada de desmelene. Los tarraconenses, tocar y tocar. Sobar la pelota hasta el hastío y morder cuando le enseñan el cuello. Así se sobrevive en Segunda, donde los cuentistas lo tienen crudo.
El conjunto catalán, con gente que lleva muchas horas de vuelo como profesional -Campano, Mingo, Óscar Arpón...-, no se mostraba excesivamente angustiado por el control blanquiverde. Los locales transmitían buenas vibraciones ante un contrario aguerrido. Tiene empaque este Nàstic. Ninguno descomponía el gesto ni se dejaba llevar por la pasión. El cuadro catalán lo tenía más fácil, liberado del compromiso estético que siempre tiene el que juega ante su público. El Córdoba, con su gente dejándose el aliento, tampoco se cegó por la obsesión de abrir pronto el marcador.
Lo pudo hacer Arteaga en una incursión centelleante, en la que el sevillano se plantó en situación más que interesante ante el guardameta para definir de forma deficiente. Llegaron entonces los mejores instantes de un Córdoba que apretó. El canario Afonso Sánchez anuló un gol a Javi Flores en el minuto 22 por fuera de juego de Asen, que había tocado de cabeza un atinado centro de Cristian Álvarez. El canterano, espoleado, se deshizo con habilidad de dos rivales en la esquina y su centro fue interceptado por la zaga tarraconense. La grada empujaba lo suyo y el Nàstic l multiplicaba los esfuerzos para mantener el tipo ante un Córdoba efervescente. Sin perder la compostura, los locales acecharon el marco de Rubén de forma in insistente hasta la llegada del descanso.
Un trallazo desde lejos de Cristian Álvarez que se fue desviado y un buen centro de Arteaga, tras pase de Javi Flores, que no llegó a rematar Asen estuvieron a punto de abrir el marcador. La afición aplaudió la retirada del Córdoba al vestuario.
El Córdoba reapareció mandón, con un cabezazo de Asen que se estrelló en el lateral de la red tras una combinación ión de Javi Flores y Cristian. Tras un par de tiros lejanos de Rubén y Flores llegó la gran ocasión de la tarde. En el minuto 67, Campano se encontró con el balón controlado y solo ante Raúl Navas, con los defensas locales parados reclamando un fuera de juego que parecía claro y que el juez de banda no señaló. El ex jugador del Sevilla y Mallorca, con tiempo para todo, optó por una vaselina que se estrelló en el pie de Raúl Navas, que llegaba disparado hacia él .
José metió a José Vega y Gastón para ir a por el partido. Ferrando sacó a N'Gal y Moisés. Pero ni por ésas. La mejor ovación se la ganó el ex cordobesista, en el 86', por interrumpir un contragolpe de su equipo y echar el balón fuera para que atendieran a Katxorro. El fair play provocó la bronca de sus compañeros y las palmas de El Arcángel. Era, desde luego, un partido destinado al cero a cero.
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