El diario de Próspero | Teatro

Stephen Sondheim: cualquiera puede silbar (aún)

  • Pocos creadores han contribuido a hacer del teatro musical una realidad dramática, un instrumento para acercarse al otro en una tradición bien definida, con la intención del neoyorquino

Stephen Sondheim, en plena sesión de trabajo, en una imagen de los años 70.

Stephen Sondheim, en plena sesión de trabajo, en una imagen de los años 70. / M. H.

EL pasado 26 de abril, mientras el mundo se debatía entre confinamientos, incertidumbres y la bien conocida pandemia que alcanza a nuestros días, se cumplieron cincuenta años del estreno de Company, un musical esencial en la trayectoria de Stephen Sondheim y en la definición de Broadway como factoría escénica. Con tal motivo, un buen puñado de artistas de primera fila de la escena estadounidense decidieron unirse en un proyecto destinado a prender una luz inesperada en un mar de oscuridad. Eso sí, el verdadero motivo era la celebración del nonagésimo de Sondheim, que había quedado pendiente desde marzo por las mismas razones funestas. Bajo el lema Take me to the world: A Sondheim 90th Celebration, y bajo la dirección del actor Raúl Esparza, la fiesta adquirió las hechuras de un concierto con las joyas del repertorio del neoyorquino viralizado por obra y gracia de las alquimias virtuales. Artistas cercanos a Sondheim y su obra como Neil Patrick Harris, Lin-Manuel Miranda, Randy Rainbow, Kelli O’Hara, Mandy Patinkin, Patti LuPone, Jake Gyllenhaal y Donna Murphy pusieron voz y alma a canciones fácilmente reconocibles en casi cualquier lugar del planeta, aunque fue la interpretación de The ladies who lunch de Company a cargo de Meryl Streep, Christine Baranski y Audra McDonald la que quedó con más vehemencia para la Historia. La propuesta permitió cotejar de un plumazo la altura de un legado único, que, más allá de la frivolidad generalmente asociada a Broadway, ha contribuido como pocos a hacer del teatro musical una experiencia genuinamente dramática, un instrumento válido para reconocer al otro con raíces firmes tanto en el mismo drama americano como en la tradición escénica y musical que asoma desde La tempestad de Shakespeare. Sondheim es hoy conocido por sus éxitos, pero para conformar este legado afrontó retos harto complejos que devinieron en fracaso. Como escribió en estas páginas Braulio Ortiz con motivo de aquella fiesta de cumpleaños, el artista “se convirtió en leyenda con una trayectoria valiente que escapaba de lo predecible”.

Junto a Harold Prince, su aliado en títulos como ‘Company’ y ‘Follies’. Junto a Harold Prince, su aliado en títulos como ‘Company’ y ‘Follies’.

Junto a Harold Prince, su aliado en títulos como ‘Company’ y ‘Follies’.

Ahora, en una clave más cercana, la nueva producción de Company anunciada por Antonio Banderas para el Teatro del Soho Caixabank contribuye a alimentar esa misma leyenda de manera exponencial. Company es, de hecho, una obra representativa como pocas del talento de Sondheim y funciona como un verdadero eje fundacional en su carrera. Ante todo, el musical entrañó en 1970 su primera colaboración con el director de escena Harold Prince, quien pocos años antes había propuesto a nuestro hombre crear un musical que combinara once piezas breves del dramaturgo estadounidense George Furth en un solo espectáculo. Tan compleja estructura dramática asumida como punto de partida permitió a Sondheim desarrollar texturas musicales mucho más elaboradas de lo que había sido habitual en su obra hasta entonces, especialmente en lo que se refería a las armonías vocales; su partitura entrañó un éxito artístico incontestable, pero faltaba por comprobar la reacción de un público de entrada poco dado a este tipo de soluciones y más proclive a la exposición clara de parlamentos y réplicas. El público, por esta vez, reaccionó con entusiasmo y Company, además, ganó seis premios Tony, un Grammy y otros muchos reconocimientos. Semejante éxito contribuyó a la prolongación del tándem Prince / Sondheim durante los 70, con otros títulos incontestables como Follies (1971), A little night music (1973), Pacific Overtures (1976) y Sweeney Todd (1979). Sólo el fracaso en 1981 de Merrily we roll along, fulminado de la cartelera después de sólo dieciséis funciones, pulverizó la asociación.

Antes de su alianza con Harold Prince, Stephen Sondheim había bordado ya páginas harto brillantes en la historia del género desde que Leonard Bernstein contara con él para escribir las letras de West Side Story. Formado junto a Oscar Hammerstein II y aliado junto a Richard Rodgers en títulos como Do I hear a waltz? (otro abultado fracaso) y The sound of music, Sondheim brindó en los 60 otros musicales de largo alcance como A funny thing happened on the way to the forum (1962) y Anyone can whistle (1964), y en los 80 logró sobreponerse al batacazo de Merrily we roll along con Sunday in the park with George, con el que ganó el Pulitzer en 1984, e Into the woods (1987). Afirmó Sondheim que, por más que la gente vaya al teatro a distraerse, “yo no quiero olvidar la vida”. En eso consiste este juego.

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