Tribuna de opinión

Un soplo de aire fresco

  • Es bonito ver que hay otro modo de entender la vida y comprobar lo atractiva que es

Un soplo de aire fresco

Un soplo de aire fresco / El Día

Aprovechando la feria he pasado unos días en la sierra de Cazorla en un campamento con chavales. El contacto con la naturaleza, el fresquito y sobre todo el comportamiento de los chicos ha sido como un soplo de aire fresco. He comprobado que un buen ambiente y educación llenan el huerto de buenos frutos. Los chicos han hecho deporte, excursiones, juegos…, pero también han colaborado en el orden y la limpieza, en el servicio del comedor. Se han preocupado de los demás. Han rezado el rosario y asistido a misa. Han tenido charlas de formación en virtudes y temas culturales. Lo han pasado en grande. Eso sí, los monitores, que eran estupendos, se han volcado. Es bonito ver que hay otro modo de entender la vida y, mejor todavía, comprobar lo atractiva que es: llena los corazones y entusiasma.

Esta actividad la organiza la Asociación Juvenil Trassierra, que junto a otros clubes juveniles nacieron por inspiración de san Josemaría para apoyar a las familias en el empleo del tiempo libre de sus hijos. Miles de chicos y chicas acuden semanalmente a estas asociaciones para disfrutar de actividades deportivas, lúdicas, culturales y de formación cristiana.

El viernes por la tarde se incorporaron una docena de padres de los chicos. La estrecha convivencia de chavales, monitores y padres facilitó momentos entrañables y fue muy formativa. La larga excursión del sábado por el recién nacido Guadalquivir, en la que no faltaron los baños en las frías pozas, fue una buena demostración de reciedumbre y compañerismo. Una ocasión formidable para admirar la naturaleza y respetarla.

Estamos en Pentecostés y me viene a la mente la canción de Mocedades: “Toda mi esperanza, eres tú, eres tú / Como lluvia fresca en mis manos / Como fuerte brisa, eres tú, eres tú / Así, así, eres tú”. Cada vez estoy más convencido del poder transformador del amor frente a las múltiples reivindicaciones en las que nos perdemos. Hay otro modo de ver la vida, de enfocarla que es “como lluvia fresca”, como “fuerte brisa” cuando se opta por el amor verdadero.

Estoy leyendo el libro Presente, de Alessandro D’Avenia. Un profesor invidente se hace cargo de una clase especialmente difícil. Hablando con Patricia, la bedel que conoce a todos, le pregunta si los chicos tienen arreglo. La respuesta es: “hay que quererlos más de lo que son capaces de quererse ellos mismos”. Sabio consejo que el Espíritu Santo pone en boca de Patricia. Es el amor quien transforma, la piedra filosofal que cura todas las heridas.

Al hablar de la venida del Espíritu Santo, que es el Amor, es un clásico referirse a los dones y frutos que nos regala. Los dones, según Isaías, son siete: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Los frutos son más numerosos, doce: la caridad, el gozo, la paz, la paciencia, la longanimidad, la bondad, la benignidad, la mansedumbre, la fidelidad, la modestia, la continencia y la castidad. Vivir enamorados, llenos del amor que procede de Dios, nos hace felices y especialmente amables a lo demás. Cuando aceptamos estos dones y frutos del Amor brillamos de un modo especial.

Ver las cosas con sabiduría es un soplo de aire fresco. Dice san Josemaría: “Entre los dones del Espíritu Santo, diría que hay uno del que tenemos especial necesidad todos los cristianos: el don de sabiduría que, al hacernos conocer a Dios y gustar de Dios, nos coloca en condiciones de poder juzgar con verdad sobre las situaciones y las cosas de esta vida”. Este nos ayuda a conocer la realidad de las cosas, de los acontecimientos. No se queda en las apariencias. El que lo posee no se deja engañar, no cae en el desaliento o el desánimo.

“Conócete a ti mismo” reza el aforismo del templo de Apolo en Delfos. Es la primera consecuencia de la sabiduría. El sabio construye un relato de su vida, sabe explicarse quién es, de dónde viene y a dónde irá. Conoce y ama al mundo que sabe que es bueno y viene de Dios. Se siente hijo de Dios. Reconoce la grandeza del que tiene delante. Hace proyectos y sueña. Siembra porque sabe que recogerá.

“Esa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios”. Sigue afirmando san Josemaría, que también nos dice: “Amad a la Tercera Persona de la Trinidad Beatísima: escuchad en la intimidad de vuestro ser las mociones divinas –esos alientos, esos reproches–, caminad por la tierra dentro de la luz derramada en vuestra alma: y el Dios de la esperanza nos colmará de toda suerte de paz, para que esa esperanza crezca en nosotros siempre más y más, por la virtud del Espíritu Santo”.

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