Mujeres singulares

La noble que se impuso a las tradiciones

  • Catalina Antonia de Aragón Folch de Cardona y Córdoba | Destacó por gestionar uno de los patrimonios más amplios del siglo XVII pese a las imposiciones legislativas de la época

El castillo del Moral de Lucena perteneció a la familia Medinaceli.

El castillo del Moral de Lucena perteneció a la familia Medinaceli. / El Día

Catalina Antonia de Aragón Folch de Cardona y Córdoba unió dos linajes, aunó un conjunto de títulos nobiliarios de grandes raíces históricas. Nació en Lucena el 21 de marzo de 1635, tierra señorial de los Fernández de Córdoba al igual que Chillón y Espejo. Fue la tercera hija de Luis Ramón de Aragón Folch de Cardona y Córdoba –VI duque de Segorbe, y Mariana de Sandoval y Rojas y Enríquez de Cabrera –III duquesa de Lerma–, quienes contrajeron nupcias en 1630. De este primer matrimonio nacieron diez hijos, entre ellos Catalina. Tras la muerte de su esposa, el duque de Segorbe se casó en segundas nupcias con María de Benavides Dávila y Corella en 1660, del cual nacieron seis hijos, entre los que se encuentra Joaquín Folch de Aragón –VII duque de Segorbe y VI marqués de Comares–.

Tras la muerte de su hermanastro, el VII duque de Segorbe –en 1670– y su tío Pedro Antonio Folch de Aragón, VIII duque de Segorbe (hermano de su padre) en 1676, la Casa originaria en los Fernández de Córdoba quedó sin titular ni heredero sucesor masculino, de modo que fue Catalina de Aragón Folch la que le disputó los títulos e incoó un largo pleito por la sucesión de los estados de Segorbe y Cardona, que ganó ella en 1675, títulos que sumados a parte de los estados de la Casa de Denia-Lerma heredados de su madre, dieron lugar a la mayor concentración patrimonial del siglo XVII.

Pedro Antonio de Aragón trató de evitar lo que ya había ocurrido en otros momentos de la historia, que los títulos se transmitieran por vía femenina y que “la Casa de sus padres pasara a otra línea”, por lo que Catalina llevó a cabo la adquisición de los siguientes títulos nobiliarios por herencia materna –1660-1697–: V condesa de Ampudia, XIV condesa de Buendía, V marquesa de Cea, IX marquesa de Denia, VI duquesa de Lerma y VII condesa de Santa Gadea. Y por herencia paterna –1670-1697– los de XLII condesa de Ampurias, X duquesa de Cardona, VII marquesa de Comares, X marquesa de Pallars, XVI condesa de Prades, IX duquesa de Segorbe y XXXII duquesa de Vilamur. Catalina estuvo considerada, en su momento, la más rica heredera de España y una de las más ricas de Europa.

Además, contrajo nupcias con Juan Francisco de la Cerda Enríquez de Ribera, VIII duque de Medinaceli, titular en ese momento de una de las principales casas nobiliarias y de grandeza en la corte de la época junto con la Casa de los Alba y los Medina Sidonia. La de Medinaceli fue una familia de gran trascendencia a lo largo de la historia unida siempre a la figura del monarca desde tiempos de la Reconquista, llegando a obtener al igual que las otras dos casas los reconocimientos y distinciones pertinentes como Grandes de España.

Con la unión matrimonial, efectuada el 1 de mayo de 1653, en Lucena, se procedió a la anexión de ambos linajes y títulos nobiliarios, que quedaron bajo la Casa Ducal de los Medinaceli y que pasaron en su totalidad a las manos de uno de sus hijos, Luis Francisco, IX duque de Medinaceli, primer hijo varón del matrimonio, ya que de los 12 hijos nacidos, algunos murieron y los demás eran mujeres, que se casaron con otras casas nobiliarias.

Al igual que sus antecesores, Juan Francisco se mantuvo fiel a la monarquía de los Austrias y fue valido de Carlos II, nombrado su sumiller de corps y caballerizo mayor. Inició una política económica de claro carácter reformista, desarrollada a través de la Junta de Comercio y Moneda. El duque se enfrentó a una situación coronada por los problemas económicos y trató de sacar su política adelante, con la devaluación de la moneda a la quinta parte de su valor, mientras creció en la corte un enfrentamiento entre él y la reina madre de Carlos II, Mariana de Austria, una mujer temperamental que fue quien llevó las riendas de la política imperial, por lo que en 1685 el duque de Medinaceli dimitió de su cargo, entregándolo al conde de Oropesa.

Terminó por marcharse a sus posesiones en Cogolludo, aislándose de la política del Estado, antes de ceder su título a su hijo Luis Francisco, que fue el IX duque de Medinaceli. Murió el 20 de febrero de 1691. Fue enterrado en el convento de capuchinos de San Antonio de Madrid.

Entre las funciones que tiene el señor o la señora de un señorío o mayorazgo está la de impartir justicia y gobernar sus posesiones, aunque a veces de manera impersonal, ya que muchos de éstos se encontraban lejos de su jurisdicción al estar en la corte junto al monarca, en Madrid (Villa y Corte). Catalina, en 1693, como titular principal de esta casa ducal tuvo que tomar las riendas y hacer las funciones de señora de sus dominios y gestionarlos, todo ello por medio del nombramiento de oficios de gobierno en personas de confianza y rango. Murió el 16 de febrero de 1697 a los 61 años.

El papel de la mujer ha estado a lo largo de la historia muy oculto y desconocido, ya que siempre se nos han ofrecido las imágenes de los señores y caballeros nobles con espadas. Se puede apreciar que no sólo los hombres pudieron ejercer cargo de responsabilidad e importancia, sino que también la mujer llegó a ocupar cargos de verdaderas responsabilidades y que, por desgracia, la historia nunca se los ha reconocido.

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