HISTORIA DE CÓRDOBA CON NOMBRE DE MUJER

Tarub y al-‘Sifá, concubinas del emir Abd al-Rahman II

Alminar de época emiral posteriormente convertido en campanario de la iglesia de San Juan en Córdoba

Alminar de época emiral posteriormente convertido en campanario de la iglesia de San Juan en Córdoba / Juan Ayala

Abd al-Rahman II, el cuarto emir de los omeyas de Córdoba, ha pasado a la historia como un gran constructor. Durante su mandato propició la edificación de múltiples infraestructuras en al-Andalus, tales como mezquitas, alcazabas, puentes y almunias. Entre ellas, son bien conocidas hoy la alcazaba de Mérida, la mezquita de Ibn Adabbas en Sevilla o el malecón de Córdoba. Lo que quizás resulte más desconocido es que en esta empresa de engrandecer al-Andalus en general, y Córdoba en particular, participaron, y de manera muy significativa, muchas mujeres vinculadas con Abd al-Rahman.

A este respecto, el historiador Ibn Hayyan, en sus Anales sobre los emires de Córdoba, nos dice que: “En los días del emir ʿAbd al-Raḥmān fueron construidas las mezquitas aljamas de las coras de Alandalús, extendiéndose la celebración de las plegarias del viernes y otros rezos. Sus concubinas y esclavas colaboraron, a porfía con sus guardadas esposas, en construir excelentes mezquitas en Córdoba, haciendo entonces mucho bien y rivalizando en buenas obras con grandes asignaciones a diversas clases de limosnas: en tierras de Córdoba y su distrito se completó con sus aportaciones bien construidas mezquitas, puntual y constantemente frecuentadas para el culto, y en las que durante largo tiempo se cuidó la mención de Dios, las cuales llevan sus nombres y son conocidas por ellos, como la mezquita de Tarúb, la de Fahr, la de al-‘Sifá, la de Mut’a, y otras muchas similares, cuya importancia no se ignora, siendo la obra de estas mujeres en este y parecidos capítulos prez de la dinastía”.

¿Quiénes eran estas mujeres y por qué dedicaron grandes cantidades de su fortuna personal a estos proyectos constructivos? No es fácil responder a estas preguntas, especialmente habida cuenta de que estas crónicas tienen como objetivo principal registrar acontecimientos relacionados con el ejercicio del poder, por lo que se centran en la figura de los gobernantes y otros personajes masculinos ilustres. Cuando se cita a mujeres, se hace de forma muy breve y sobre todo para contribuir a ensalzar al soberano o personaje masculino superior del que estas dependen. Por tanto, resulta difícil obtener datos sobre la vida e identidades de estas mujeres más allá de sus nombres, sus estatus jurídicos y qué tipo de relación tenían con la familia omeya.

Algunos de estos personajes femeninos aparecen bajo la denominación de Umm Walad, que puede traducirse como esclava madre o madre de hijo. Este término se aplicó a aquellas mujeres que habían concebido a un hijo varón, lo cual era un rasgo diferenciador en los harenes incluso por encima del estatus legal, ya que en al-Andalus ni existía el concepto de bastardía, ni la primogenitura rigió el sistema dinástico. Todos los hijos e hijas eran considerados legítimos, y nacían libres independientemente de si la madre era o no esclava. Por tanto, cualquier varón perteneciente a la familia del emir reinante podía ser nombrado heredero. La madre del heredero alcanzaba un lugar muy privilegiado dentro de la jerarquía del harén.

Ibn Hayyan nos deja entrever que el harén de Abd al-Rahman II era muy extenso, aunque solo menciona específicamente a apenas ocho mujeres del mismo, todas ellas madres de hijo y fundadoras de diversas infraestructuras en la medina y los arrabales cordobeses. Destacan los relatos dedicados a Tarub y al-‘Sifá, porque pueden ayudarnos a entender por qué las madres de hijo tomaron parte tan activa en la urbanización de la ciudad.

Tarub fue favorita del emir y protagonista de muchos de sus poemas de amor, así como madre de su hijo Abd Allah. Pese a ello, las crónicas la tratan con cierto desprestigio por considerarla conspiradora y urdidora de artimañas para desestabilizar el gobierno, ya que, al parecer, intentó promover la candidatura al trono de su hijo pese a que Abd al-Rahman ya había designado al futuro Muhammad I como su sucesor.

La madre de Muhammad había muerto hacía años, pero su padre confió al huérfano a los cuidados de otra de sus favoritas, al-‘Sifá. De esta se ensalzan su inteligencia, belleza, virtud, sabia conducta y generosidad, ya que al-‘Sifá constituyó múltiples legados píos para asistir a enfermos y pobres, además de fundar una mezquita en un arrabal de Córdoba que acabaría llevando su nombre.

En este contexto, podemos interpretar las fundaciones de Tarub como una herramienta para desplegar propaganda en favor de la causa dinástica de su hijo y, quizás, las de al-‘Sifá como un método para proteger los intereses de Muhammad. Aunque sabemos que Tarub fracasó en sus intentos porque Abd Allah nunca fue entronizado, podemos deducir que trabajó para favorecer a su hijo porque los Anales palatinos, redactados a posteriori y por tanto a favor de los vencedores, desacreditan las acciones de esta mujer por haberse inmiscuido en asuntos oficiales.

Esta propaganda a través de la construcción de mezquitas y otras infraestructuras para la comunidad habría cultivado sin duda las simpatías del emir, ya que este se hallaba embarcado en programas edilicios y urbanísticos encaminados a fortalecer las políticas de islamización y los discursos de legitimación de la dinastía en Occidente. Este mecenazgo femenino formó parte sustancial de dichos programas, puesto que espoleó la urbanización de la capital andalusí más allá de sus murallas. Pero, al mismo tiempo, patrocinar todas estas infraestructuras permitía a las mujeres ganar preeminencia social y dar a conocer aún más sus causas e incluso sus propios nombres en la ciudad, cuyos barrios terminaban por llevar el nombre de las fundadoras de las mezquitas que en ellos se ubicaron.

En relación con esto último, es importante recordar que muchas de estas madres de hijo eran esclavas de origen, por lo que carecían de soportes sociales o familiares propios. Ser la favorita del emir conllevaba tener una posición acomodada pero también inestable, ya que podía cambiar en cualquier momento. No obstante, ser la madre del heredero sí aseguraba un lugar de privilegio por encima del resto de esclavas y concubinas, además de pasar a depender de un hombre que sí era un familiar directo. Por tanto, promocionar la aparición de estas infraestructuras no solo contribuía a enaltecer el engrandecimiento de la dinastía y de la ciudad, sino también a extender los nombres, objetivos dinásticos e influencia de estas mujeres más allá del núcleo familiar. Solo gracias a ello, aunque despojados de más detalles sobre la vida de estas mujeres, han llegado hoy hasta nosotros.

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