Yulianna Avdeeva | Crítica

Maestría al piano

Yulianna Avdeeva, durante su concierto de piano en el Festival Rafael Orozco de Córdoba.

Yulianna Avdeeva, durante su concierto de piano en el Festival Rafael Orozco de Córdoba. / Rafa Alcaide / IMAE

Cuando le comenté casualmente a Juan Miguel Moreno Calderón (director artístico del Festival de Piano Rafael Orozco) que pensaba asistir al concierto de Yulianna Avdeeva me dijo escuetamente: "¡Es buenísima!". Pues eso, nada más y nada menos, me pareció: una buenísima pianista. Nada más, porque es una artista que deja hablar a la música sin extravagancias. Nada menos, porque su técnica y su musicalidad nos dejaron con la boca y la mente abiertas desde la primera nota de la Polonesa-Fantasía, op. 61 hasta la última de la segunda propina: la Mazurca op. 30, n. 3.

En efecto, el recital comenzó y terminó con música de Frédéric Chopin (1810-1849). La Polonesa-Fantasía, op. 61 no es el Chopin más fácil de escuchar. De hecho, la pieza tardó en ser reconocida por los seguidores del genio polaco del piano romántico. Supongo que esa dificultad la causa en buena parte la complejidad de la forma, más de fantasía que de polonesa, que nos desorienta a la vez que estimula la imaginación. Un año antes de su publicación, Chopin se refirió a esta obra de sus últimos dolorosos años como "algo más que no sé cómo nombrar". Yulianna Avdeeva interpretó la pieza con una delicadeza llena de sentido. Se sentían la tristeza elegíaca, los sobresaltos, las melancólicas sonrisas, los momentos de reposo en que no te llegas a confiar. Magistral.

La suite La vida de las máquinas de Wladislaw Szpilman (1911-2000) fue compuesta en 1933 y consta de tres movimientos: Comienzo lentamente, Máquinas en reposo y Toccatina. Aunque a Szpilman se le conoce por su trágica vida plasmada en sus memorias, El pianista del gueto de Varsovia (llevadas al cine por Polanski), esta deliciosa obrita en forma de suite refleja con sentido del humor el mundo de las máquinas de la industrialización, adelantándose al Chaplin de Tiempos modernos (1936). No hay en ella nada del drama atroz del Asedio de Varsovia, una de cuyas bombas puso fin a la carrera pianística de Szpilman mientras tocaba para la radio el conmovedor Nocturno en do sostenido menor de Chopin. Esta pieza fue la primera de las dos propinas que regaló Avdeeva en su recital del jueves.

Pero antes nos esperaban dos platos contundentes. El primero, obra de otro compositor judío polaco que tuvo que afrontar las atrocidades nazis y estalinistas del siglo XX: Mieczyslaw Weinberg (1919-1996). Su Sonata para piano n. 4 en si menor op. 56 se considera el inicio de su etapa de madurez, en la que se comienza a alejar de sus dos poderosas influencias: Prokófiev y Shostakovich.

Es una obra inspiradísima en la que se aprecia la solidez de una factura clásica y a la vez un abanico expresivo sobrecogedor. El segundo tiempo, una especie de danza disonante, tiene tintes expresionistas. El tercero, nostálgico, es bellísimo. Y el último es un compendio de todo lo anterior: intensidad, desesperación, resignación. Para mí, esta obra fue un descubrimiento. Y otro valor añadido del grandioso recital de Avdeeva.

También la intensidad emocional y la unión entre tradición e innovación son las características esenciales de la Sonata para piano n. 8 en si bemol mayor, op. 84 de Serguéi Prokófiev (1891-1953), la tercera de las conocidas como las Sonatas de la Guerra. La obra exige un virtuosismo técnico realmente desafiante. Yulianna Avdeeva interpretó la obra multiplicando si cabe todas las cualidades que ya nos había mostrado destacando un rango dinámico y una limpieza técnica realmente sorprendentes.

El nocturno y la mazurca de las propinas, igual de bien tocados, complacieron al pequeño sector del público que acaso hubiera agradecido un programa más convencional.

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