Tribuna

Grupo Tomás Moro

Católicos laicos y laicos católicos

EL pasado mes de febrero se celebraron en Córdoba las III Jornadas de Católicos y Vida Pública, destacándose por el obispo de la diócesis el papel de los laicos en la vida pública, sobre lo que no podemos menos que congratularnos, ante el reconocimiento explícito del mismo sobre la misión de los católicos laicos en la sociedad. Esta expresión, por cierto, se debe a Giovanni María Vian, director del Observatore Romano, en entrevista a Juan Manuel de Prada en un medio de comunicación nacional.

En definitiva, venía a hacerse eco de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, cuando señala en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (33 d) que (a los laicos) "ábraseles por doquier el camino para que, conforme a sus posibilidades y según las necesidades de los tiempos, también ellos participen celosamente en la obra salvífica de la Iglesia", o cuando indica (37,c,d) que "los sagrados Pastores reconozcan y promuevan la dignidad y responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Recurran gustosamente a su prudente consejo, encomiéndenles con confianza cargos en servicio de la Iglesia y denles libertad y oportunidad para actuar; más aún, anímenles incluso a emprender obras por propia iniciativa. Consideren atentamente ante Cristo, con paterno amor, las iniciativas, los ruegos y los deseos provenientes de los laicos...".

Desde este grupo, que en todo momento ha dado testimonio de la condición de católicos de sus componentes, estas aseveraciones nos incitan a continuar en la línea que venimos desarrollando en cuanto a los asuntos de la Iglesia se refiere, sin caer, no obstante, en un "capillismo" de sacristía, sino comportándonos como católicos laicos. No se trata, por lo tanto, de suplantar el papel de los consagrados a Cristo (sacerdotes y religiosos), sino de desarrollar el que el propio Concilio Vaticano II nos confiere. Por ello, es de agradecer que nuestro obispo se preocupe vivamente de que se lleven a efecto las admoniciones del Concilio.

En este contexto, no deja de ser digno de atención lo que el reiterado Concilio Vaticano II señala sobre que (37 a) los laicos "conforme a la ciencia, la competencia y el prestigio que poseen, tienen la facultad, más aún, a veces el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos concernientes al bien de la Iglesia". Por eso, precisamente, hablamos de católicos laicos (con experiencia en otras naciones europeas, como Francia e Italia) y no de laicos católicos.

Nos exige, sin paliativos, que intervengamos en la vida de la Iglesia, que no nos callemos cuando tengamos que alabar o denunciar las decisiones que se adoptan en su seno o comportamientos que la ensalzan o que desmerecen de los miembros de la misma. Nos incita a que, llevados siempre de la caridad cristiana, hagamos notar lo que está bien y lo que está mal. Y a que demos testimonio de nuestra religión en la vida pública, en nuestro deambular cotidiano.

Obviamente, el Concilio huye de convertirnos en una especie de "meapilas" o "capillitas", sino que nos exige no abdicar de nuestra condición y ponerla al servicio de la propia Iglesia, sin sumisiones irracionales a la jerarquía de la misma. En definitiva, se trata de hacer realidad el "veritas liberavit vos" de San Juan Evangelista (Juan 8,32), de forma que la Iglesia, y la sociedad por antonomasia, sepan de primera mano nuestro pensamiento y nuestras quejas y agradecimientos. Si nos redujéramos a ser laicos católicos (dando mayor importancia al hecho de ser miembros de la Iglesia, y dejándonos llevar por los dictados de los consagrados, sin mantener un criterio propio), en vez de ser católicos laicos insertos en la sociedad, flaco favor le haríamos a la misma, pues la reduciríamos a una unión de mesa camilla y sacristía, sin cumplir con los mandatos del Concilio. La Iglesia, su jerarquía en particular, en este punto no puede olvidar estas exhortaciones ni puede exigirnos una obediencia ciega, sino que ha de recibir con los brazos abiertos a todos los laicos, aunque, por cuestiones personales en algún caso, no les guste escuchar lo que éstos les expongan. El pastoreo de almas ha de partir del cariño hacia las mismas, la comprensión y la atención sobre cuanto se exponga por ellas.

A la vista de todas estas consideraciones, hemos de reiterar nuestro agradecimiento al obispo de Córdoba por su inquietud en este tema de tanta trascendencia para la propia Iglesia.

Indudablemente.

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