El CCF cayó sometido por un Barcelona que huele a campeón y que no tuvo piedad de un equipo que salió voluntarioso y sacrificado para defender el empate inicial, pero que acabó desolado.

Pronto se vieron las intenciones del Córdoba en el partido. Romero plantó una línea de cuatro atrás y, por delante, cemento armado con hasta tres mediocentros defensivos como Krhin, Deivid y Luso. Arriba, Florin se iba a tener que pelear solo contra el mundo, mientras que Bebé y Fidel tenían más trabajo a la hora de contener que a la de lanzar contragolpes. El plan era claro: acumular hombres en la medular aún a costa de dejar los costados algo desguarnecidos, y lo cierto es que le costó al Barça abrir el cerrojo que el técnico blanquiverde había diseñado. Mientras las fuerzas aguantaron, el equipo se defendió con eficacia e incluso pudo lanzar algún contragolpe que siempre moría por falta de efectivos.

Tras el descanso, llegó el desmoronamiento. Los cambios de Romero no introdujeron permutas en el esquema. Apenas sirvieron para refrescar a un equipo cada vez más roto por cada gol del rival. El Barcelona interpretó el cerrojo a la perfección y acabó con la resistencia del CCF de manera abrupta. Una goleada tristemente histórica que pone el epílogo más doloroso a un curso de pesadilla.