Deportivo - Córdoba · la crónica

Lágrimas negras (1-1)

  • Un autogol a cuatro minutos del final de Florin hiere a un Córdoba incapaz de sentenciar a un rival con diez. Volvieron la casta y la entrega, no el acierto.

El cordobesismo llora lágrimas negras. Lo hace desde anoche, cuando con un guión que sólo al peor de sus enemigos se le hubiera ocurrido escribir -quizás ni siquiera a él- se vio de nuevo en el peor de los abandonos, con su ilusión muerta y rodeado de una inmensa pena y un profundo dolor. Un autogol de Florin a sólo cuatro minutos del final arrebató de los dedos una victoria que era un soplo de vida, que era empezar a soñar con un milagro que hoy vuelve a verse como un milagro al filo de lo imposible. Cierto es que achacarlo sólo a la mala suerte no sería justo, porque el Córdoba tuvo el partido para matarlo durante media hora, con el marcador a favor, un rival en inferioridad numérica que ni siquiera inquietaba y ante un público de uñas con los suyos. Pero como tantas y tantas veces, falló. No supo sentenciar en varias ocasiones clarísimas, perdonó, y al final se encontró con otro golpe, otro empujón hacia un abismo que cada día que pasa se ve más cerca. Sólo a los que están condenados a caer les pasan como así. Inexplicables o no, pero a fin de cuentas crueles desenlaces que te dejan otra vez con la cabeza sumida en el fango. 

Ni siquiera el hecho de dejar en diez la serie de derrotas consecutivas o haber puntuado por primera vez en la segunda vuelta sirve de consuelo cuando el premio del triunfo se ha tenido tan cerca. Tras el desastre ante el campeón, el Córdoba recuperó la casta, la entrega, el compromiso y la actitud. Sólo se le olvidó echar en el zurrón el acierto, la puntería en la definición. Concienciado de que era el partido para engancharse, para darle la vuelta al calcetín de la temporada, el conjunto blanquiverde volvió a parecerse a un equipo. Luchó y se entregó, supo sufrir en los escasos sofocones de un Deportivo que no es mejor ni mucho menos, aunque sus números puedan decir otra cosa, y controló la situación. Incluso se adelantó con otro gol de Florin, un gol de hombre de área, de buen delantero. 

Hasta ahí, todo estaba saliendo a la perfección. Incluso la expulsión de Luisinho acto seguido, bien sacada por Cartabia, lo puso todo en bandeja de plata para empezar a ver la luz al final del oscuro túnel. El Deportivo no era capaz de llegar con peligro, ni tocando ni con juego directo, su gente le apretaba de lo lindo, y los espacios a la contra eran cantos para dar la puntilla. Eso fue lo que faltó. La tuvo un Heldon que sigue sin decir nada, la tuvo un Bebé que es fuerza sin control e, incluso tras el empate y tirando de orgullo, la tuvo Krhin. Ninguna entró y el reparto de puntos supo mejor a los gallegos, que mantienen su ventaja de ocho puntos con el colista, aunque el descenso ya les acecha. Pero esa no es la guerra del Córdoba ahora, porque la situación impide mirar más allá de la próxima parada, ya sin red incluso para seguir agarrándose a las matemáticas. Con todo, el cambio de cara permite mantener esperanza en que la pelea no va a caer en el olvido. 

La gallardía que otras veces se había echado en falta la tuvo Romero para sacar un once ofensivo que dejaba a las claras sus intenciones de, en caso de tener que morir, hacerlo matando. Le dijo a Víctor Fernández y sus hombres que si querían ganar, tendrían que hacerlo por ellos mismos. Pero la cosa no comenzó bien. La apuesta del Córdoba era buena sólo acaparando posesión. Y eso fue lo que no consiguió de inicio. Incluso una pérdida de Pantic acompañada de otro desajuste de Krhin estuvo a punto de provocar el mismo caos que en las dos citas recientes en el minuto 3; esta vez Juan Carlos respondió bien al intento de Fariña. El Deportivo salió con más intención y Cuenca buscó la escuadra acto seguido, lo que obligó a su oponente a parar un momento el partido para ajustar sus líneas. En estático, el cuadro gallego ya no llegaba tanto, aunque eso no impidió a Luisinho encontrar una autopista por la banda de Gunino para llegar hasta el área y casi sacar un penalti a Pantic. 

Esos toques de atención y el paso de los minutos centraron a los de Romero en el juego. Poco a poco el equilibrio volvió a imponerse. Incluso los blanquiverdes fueron capaces de dormir el duelo con posesiones más largas. Faltaba ahora dar un pasito más para asustar. Florin lo hizo con un gol en fuera de juego que le pilló el asistente y Borja García tuvo una clarísima tras brillante acción de Bebé que estrelló en el cuerpo de Fabricio. El choque tenía ritmo, intensidad, y ahí el Córdoba no se achantaba, demostrando que estaba en lo que había que estar. Quizás el menos concentrado era un desacertado Gunino, que dejó entrar a Cuenca hasta la cocina para dar más trabajo a Juan Carlos. En el otro área, una nueva rosca de Edimar a la que casi llega Heldon fue lo último antes del descanso. 

El marcador, inamovible, parecía que sentaba mejor al más necesitado. El Córdoba estaba cómodo, sobre todo porque veía cómo la afición empezaba a recriminar la falta de punch a los suyos. Eso hizo que poco a poco el partido se fuera tiñendo de blanquiverde. Bebé probó fortuna con un par de disparos marca de la casa desde la frontal, de los que sólo el segundo dio trabajo a Fabricio, pero fue Florin el que rompió la igualdad con un golazo de ariete puro. El Deportivo quedó tocado y el propio rumano casi sorprende acto seguido al meta con un latigazo desde la frontal. Víctor se vio obligado a quemar sus naves con tres cambios ofensivos, pasando a jugar con dos nueves. Pero la posible reacción quedó en nada por la rápida expulsión de Luisinho en la contra montada tras una oportunidad de Toché que salió fuera por poco. 

Con más de 20 minutos por delante, el escenario era el imaginado por los cordobesistas. Marcador a favor, rival en inferioridad y obligado a irse arriba y público encendido contra todos los suyos. Los huecos no tardaron en aparecer cerca del portal de Fabricio y de aprovecharlos o no iba a depender la suerte del choque. Heldon remató hacia atrás un pase medido de Bebé solo para empujar el balón a la red, Cartabia probó fortuna con un latigazo abajo que sacó bien el cancerbero gallego y el propio Bebé no encontró siquiera portería tras un envío de Edimar. No había manera y, aunque con los cambios el conjunto de Romero fue capaz de frenar cualquier ímpetu al acumular posesión, más de uno empezaba a temerse lo peor. Y así fue. Una falta lateral pilló a la defensa en bragas y Crespo tuvo que conceder un córner que originó la desgracia extrema con ese autogol de Florin. Con todo, el equipo se levantó y fue de nuevo a por el partido, consciente de que ganar era un soplo de vida. La tuvo Krhin ya en el descuento, pero repelió Fabricio. El pitido final hizo que las lágrimas afloraran de los ojos del esloveno, y de algún otro. Quedan ocho finales y hay que recortar ocho puntos. Milagro a la máxima expresión mientras caen lágrimas negras.

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