Opinión taurina

Finito y el aire fresco con aroma

  • Lo hecho por el diestro cordobés en Valencia, ahí queda, y eso que muchos se rasgaron las vestiduras por su inclusión en los carteles

  • Sus dos trasteos tuvieron personalidad y torería

Faena de Juan Serrano a su primer toro en Valencia hace apenas unos días.

Faena de Juan Serrano a su primer toro en Valencia hace apenas unos días. / Efe

Si entre los bastidores del toreo todo huele a viciado por la falta de escrúpulos e ideas de los que lo manejan, fuera, o sea, sobre los ruedos, el espectáculo va perdiendo a pasos agigantados lo que podríamos llamar el factor sorpresa, así como la variedad y diversidad para llegar a un mayor número de espectadores.

Todo es tan previsible que son muchas las tardes en que parece que el que se sienta en el tendido es capaz de conocer, o al menos intuir, lo que va a ocurrir sobre la arena. El toro de hoy, salvo contadas excepciones, tan homogéneo en tipo y comportamiento, está seleccionado para lo que se ha dado en llamar el toreo moderno.

Una res carente de movilidad, casta y bravura, que permite que todo lo que se haga ante él, aunque en un momento sea capaz de matarte o mandarte a la cama, tenga una valoración mínima por parte del aficionado que acude, cada vez de forma más esporádica, a las plazas de toros.

Ante este toro tan previsible, los toreros que a ellos se enfrentan, también con algunas excepciones, muestran que todos, o casi todos, están cortados por un mismo patrón.

Su hacer, su estilo y su madurez quedaron una vez más latentes en el coso de la calle Játiva

El dominio del oficio –me resisto a llamarlo técnica– de pe a pa, así como la puesta en práctica de un sinfín de ventajas, añadidas a la falta de carácter de los toros a los que se enfrentan, hacen que todo esté huérfano de pureza y ortodoxia, suplantándose esta por unas faenas largas en exceso, basadas en un toreo superficial e impostado, donde el espada de turno vende una entrega hueca de los verdaderos valores de la liturgia y drama de la tauromaquia.

Todo es tan igual y tan previsible que cuando surge la verdad, o algo distinto, aunque sea en forma de fogonazos intermitentes, llama poderosamente la atención. Por ello, hay actualmente espadas en los que la afición deposita todas sus esperanzas.

El toreo dramático de Paco Ureña; el concepto clásico con poder de Pepe Moral; el clasicismo de Emilio de Justo; o la gracia e intuición de Pablo Aguado son, o pueden ser, a corto plazo el revulsivo que precisa un escalafón de matadores viciado y cerrado por el sistema, a más no poder.

Un simple detalle puede marcar diferencias. La muestra, en la reciente feria de Fallas. Emilio de Justo no podía cumplir con su contrato al no estar recuperado de su lesión. La empresa optó por sustituirlo por un conocido de todos, Finito de Córdoba.

Muchos se rasgaron las vestiduras. La inclusión del espada cordobés en el cartel no fue bien vista y criticada. Los motivos fueron tan banales como manidos. La inhibición, la abulia, la falta de contratos, la pérdida de interés para el aficionado, fueron los más exhibidos por muchos.

Llegó el día del festejo y aún sin redondear una faena rotunda y maciza, Finito de Córdoba puso a muchos de acuerdo. Sus dos trasteos tuvieron un denominador común:la personalidad y la torería, cualidades éstas que no se aprenden, ni tampoco se enseñan. Se tienen y punto final.

Finito de Córdoba, durante su faena. Finito  de Córdoba, durante su faena.

Finito de Córdoba, durante su faena. / Efe

Alguna media verónica preñada de torería con el capote, para luego mostrar con la pañosa una calidad y estética de muchos quilates. Que no hubo ninguna tanda completa, tal vez, pero aquellos muletazos sueltos, como dos derechazos de planta erguida, así como unos ayudados por alto a su segundo, que quedaron grabados en la memoria y retinas de los que los vieron para siempre.

Cortó una oreja. Si la espada, su cruz durante toda su carrera, hubiera viajado con mejor destino, se podría estar hablando de un triunfo rotundo de tres orejas, lo que le hubiera servido para abrir una puerta grande que hubiera supuesto un revulsivo de cara a la temporada.

Lo hecho por Finito de Córdoba en Valencia, ahí queda. Muchos lo han censurado. Le achacan la falta de profundidad en sus faenas, de trazo rectilíneo, de componer en exceso a toro pasado, de toreo amanerado y artificioso que abusa de lo accesorio, tratando de restar méritos a su actuación, que si no fue redonda y rotunda, tuvo un sublime concepto estético y una personalidad única e intransferible. Y todo ante dos toros que las figuras comienzan a dar de lado por tener más motor del por ellos apetecido.

Ya se dijo hace años. Finito era un buen torero, su forma de ser no le iba a llevar a ganar ninguna guerra, pero que vencería una ingente cantidad de batallas. Valencia, al igual que ante aquel utrero de Galache, fue testigo de una nueva victoria.

Su hacer, su estilo y su madurez quedaron una vez más latentes en el coso de la calle Játiva. Rectilíneo, manierista, accesorio, tal vez, pero que vengan muchos como él, porque de esta torería está huérfana la fiesta y está necesitada de aire fresco, sin importarle un ápice que lo traiga un torero con muchos años de alternativa de caro aroma y que se llama Juan Serrano, Finito de Córdoba en los carteles.

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