Buena Muerte

Jornada de silencio y majestad previa a la noche catedralicia

  • La cofradía jesuita sirve de colofón a una jornada en la que sólo la Cena se vio obligada a regresar a su templo

La plaza de San Hipólito -conocida en el callejero como San Ignacio de Loyola- bulle como nunca. Centenares de ciudadanos acuden a este recóndito y céntrico escenario a presenciar la salida de la única cofradía que celebra su procesión en la Madrugada cordobesa, una noche que hace poco más de una década compartía con las hermandades de la Merced y del Nazareno. Apenas si hay atisbo de precipitaciones y, tras consultar pertinentemente al servicio meteorológico, el cortejo de esta corporación jesuita opta por la salida después de dos años sin salir a la calle pese al temor de que pueda sucederle lo que sólo horas antes le había ocurrido a la Sagrada Cena, la vuelta al templo.

Justo a medianoche, y tras el golpe de uno de los integrantes de la junta de gobierno de esta hermandad, se abre el portón de la iglesia de San Hipólito. Aunque en voz muy baja, los comentarios de los asistentes comienzan a sucederse. Algunos se preguntan si no habrá sido una decisión "algo irresponsable" y otros, sin embargo, agradecen sin más el gesto de "valentía" de la Buena Muerte, sobre todo si se tiene en cuenta el precedente del Miércoles Santo -una jornada en la que no se celebró ninguna estación de penitencia- y el coletazo del Jueves Santo.

Sin embargo, la Madrugada apenas si tiene instantes de cielo plomizo ni amago de lluvia. Se trata de una noche tranquila en la que el Cristo de la Buena Muerte y la Reina de los Mártires caminan con paso firme hacia la Catedral. Es un enclave tranquilo, muy diferente al que pueden acarrear las estaciones de penitencia de la tarde del Viernes Santo. El silencio acompaña un momento de especial recogimiento cofrade. En la misma Puerta del Perdón se encuentran varias decenas de fieles. El silencio y el respeto son absolutos. Todos aguardan la entrada del crucificado y su Madre en la Catedral, la antesala del día en el que todas las procesiones llegan al templo.

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