la rambla | Exposición de alfarería y cerámica

Una tradición que modela el futuro

  • Lo más tradicional y las obras de vanguardia comparten espacio hasta el domingo en las Naves de la Cerámica Sólo tres talleres trabajan ya el barro según las técnicas locales

Del torno de Álvaro Montaño salen a diario botijos y lebrillos, cántaros y piletas. El suyo es uno de los únicos tres talleres de La Rambla que aún manufactura el barro a la manera tradicional, tal y como lo hacían sus padres y sus abuelos: "Hace 30 ó 40 años todos hacíamos botijos. Ahora ya apenas quedamos", dice Montaño. Esta empresa familiar, que abrió su padre en 1968, es una rara avis en el sector alfarero rambleño, tal y como queda patente en la edición número 84 de la Exposición de Alfarería y Cerámica de La Rambla, declarara de Interés Turístico Regional, y que puede visitarse hasta el domingo.

Las piezas de Montaño, de piel amarillenta por el color de las tierras extraídas en el propio municipio, conviven en la muestra con cazuelas rojizas, cerámica con motivos califales, jarrones floreados y de mareantes filigranas, cuencos minimalistas que no desentonarían en una revista de decoración y creaciones que son más arte que artesanía, hasta sumar un total de 14 expositores -todos autóctonos excepto uno de Castro del Río-.

La apertura de canteras para la extracción de barro en La Rambla ya no está permitida. Así que los pocos artesanos que, como Álvaro Montaño, necesitan de material del terruño para su trabajo requieren de una autorización especial del Ayuntamiento. La extracción del barro suele hacerse en verano, para aprovechar la sequía de la tierra. Hace años, se echaba mano al pico y la pala en busca de la arena amarillenta necesaria; ahora el trabajo de excavación -hay que ahondar un metro- lo hacen máquinas, pero el tratamiento es igual de laborioso. La arena se lleva a los talleres, se deja secar, se humedece en un pilón y se extiende en una capa de unos 20 centímetros. "El suelo extrae la humedad. Cuando se cuartea al cabo de dos días, se hacen montones, que poco a poco se pasan a una máquina que elimina las impurezas", cuenta Montaño. Ahí termina el proceso.

El barro resultante, de color pajizo, destaca por su porosidad. De ahí que los botijos de La Rambla "suden", tal y como dice el artesano. Esta característica ayuda a que el agua se conserve fresca en su interior: "Es la mejor nevera posible". Una "alternativa ecológica" en tiempos de obligado ahorro, a lo que se suma que este tipo de barro "no da sabor": "El agua sabe a agua y es falso que haya que añadirle una gotita de anís para quitarle el regusto a tierra". Es lo que ocurre con botijos de otras procedencias, distingue. Así es la llamada cerámica "en bizcocho", la más tradicional, esencia de los modos de hacer rambleños, sin química de ningún tipo, funcional y de raíces humildes. Como las jarras de cuatro picos -"se ponían en el centro de la mesa y cada comensal bebía de una punta"- o las macetillas en las que el gazpacho se hacía a mano.

"El futuro del sector pasa por lo puramente artesanal", reivindica Miguel Ángel Torres, presidente de la Asociación de Alfareros y ceramista de los de torno de toda la vida. En La Rambla conviven aún 70 talleres, aunque sólo tres trabajan el barro autóctono. La mayoría se decanta por otros preparados rojizos y, en su caso, por el gres de alta temperatura. Y aunque el torno aún sigue estando presente en muchos negocios, empieza a convivir con los moldes y las prensas, más industriales. En su taller, de esencia familiar, Torres manufactura piezas de líneas puras y acabado esmaltado que se venden en toda España y también se exportan a Bélgica, Suecia y Francia. Su expositor parece salido de una revista de decoración, con muebles vintage, brillantes teteras y tajines para cocinar al estilo marroquí, porque las modas también influyen en el sector: "Es un utensilio bastante demandado ahora y hay que dar respuesta al público", dice. Adaptarse para sobrevivir es la clave. Y también saber diferenciarse: "Lo puramente artesanal hace que el propio cliente pueda participar en el diseño, proponiendo tamaños y formas". Algo impensable en la fabricación en serie.

Una sucesión de naves empresariales donde se venden tiestos y jarrones de todos los tamaños da la bienvenida a las miles de personas que visitan estos días la exposición, la más antigua de Andalucía, ubicada en las Naves de la Cerámica. En el centro: un botijo de proporciones monumentales y una dedicatoria de José Saramago fechada en julio de 2005: "Tal vez no exista imagen más hermosa que la de unas manos modelando el barro, tal vez sólo la imagen de una mano que está haciendo nacer de la blancura de un papel el discurso del mundo". "Intentamos que la artesanía se convierta en un atractivo turístico", dice el alcalde de La Rambla, Juan Jiménez Campos (IU). El Ayuntamiento trabaja ya en la construcción del Centro de Iniciativas Empresariales (CIE), que será punto de confluencia de los artesanos del municipio. Y la nueva oficina de turismo, que ocupará el antiguo edificio de peones camineros, aspira a convertirse en eje de las visitas al municipio, en un recorrido que incluirá talleres de cerámica y monumentos.

Muchos de ellos exhiben sus piezas en la exposición, como la firma Wallada, de José Luis Parra, que transporta al visitante a la época del Califato Omeya con el estilo originario cordobés de aquella época, con escritura caligráfica en árabe y tonos verdosos; el taller de Antonio Cid, con su gusto para recuperar la cerámica popular en sencillas vajillas y artículos de uso doméstica; Alfonso Muñoz y sus cazuelas y ollas en barro, que en esta edición ha ganado el premio al mejor expositor con una recreación de una antigua cocina, o las obras de Catalina Alcaide, pintadas a mano y que sitúan el dibujo "en el centro creativo del mundo de la cerámica", como la propia artista lo define.

Las hermanas Lola y Rosa María Guerrero, de 39 y 29 años, son un claro exponente de renovación generacional en el sector: "Venimos de una familia alfarera. Mi padre ha trabajado siempre el barro. Nosotras empezamos ahí, pero pronto decidimos formarnos en la Escuela de Artes de Córdoba", cuenta Lola. Ahí conocieron a la artista Hisae Yanase, que las introdujo en el mundo de la cerámica contemporánea. Sus inquietudes crecieron, con el uso de nuevos materiales y la importación de técnicas. El resultado es una mezcla de la tradición con lo más rompedor, no obstante la menor de las hermanas, licenciada en Bellas Artes, ha ganado este año el primer premio en la categoría de nuevas formas en el concurso que se convoca paralelo a la exposición con una obra en papel porcelana, una pieza neutra, blanca, que no desentonaría en cualquier galería de arte.

Su padre, ya jubilado, cerró el taller donde vivió la evolución que experimentó el sector en La Rambla en varias décadas. El negocio nació al amparo de las piezas más tradicionales, con el "botijo de verano" como venta estrella. Con el tiempo, llegaron el vidriado y el dibujo, y del horno moruno se pasó al de gas y al eléctrico. Y luego, de sopetón, los talleres se industrializaron. El lugar de trabajo de las hermanas Guerrero ocupa un pequeño espacio del que fuera el negocio familiar, desde donde reivindican dar pasos adelante, con la formación como principal garantía, para que el sector pueda sobrevivir. Y, por supuesto, ir siempre de la mano de la tradición: "La cerámica blanca nunca debería perderse, es lo que nos distingue de los demás. Tendría que conservarse como un tesoro". El público pasa junto a su expositor en la feria, observa con atención las creaciones en un blanco impoluto de Rosa María y los paisajes en alta temperatura de Lola, paradójicamente ubicados junto a los botijos y las piletas de Álvaro Montaño. Tradición y vanguardia. El futuro.

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