Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Que la música no deje de sonar

Caía la calima, al otro lado del cristal, y Arsuaga explicaba que, en referencia a la vida eterna, él la entiende como una beca que se ha ganado

Que la música no deje de sonar Que la música no deje de sonar

Que la música no deje de sonar

Esta pasada semana, cuando la calima estuvo en su punto más álgido, más calima y amarillenta, tuve la oportunidad de conversar durante unos minutos con el paleontólogo Juan Luis Arsuaga y el narrador Juan José Millás, a propósito de la presentación de la segunda entrega de sus viajeras conversaciones, en esta ocasión bajo el título de La muerte contada por un sapiens a un neardental. Quien no conozca o no se haya acercado a estas obras, ya han publicado dos, solamente indicarles que no se adhieren por completo a ningún género, ya que se mueven entre el libros de viajes, la oralidad y la divulgación científica, y que Arsuaga se ocupa de arrojar luz sobre determinados elementos y situaciones que influyen en nuestras vidas, mientras que Millás actúa de narrador, escriba y mucho más de las mismas. Si en la primera entrega se ocuparon de la vida, así en general, en esta segunda abordan la vejez y la muerte, fundamentalmente. Caía la calima, al otro lado del cristal, y Arsuaga explicaba que, en referencia a la vida eterna, él la entiende como una beca que se ha ganado, y que está dispuesto a disfrutarla al máximo -ya sea eterna o no-. Y en este sentido la comparaba, la vida, con una fiesta. Mientras estén mis amigos en ella, mientras me lo siga pasando bien y no sea aburrida, yo quiero seguir en esta fiesta, quiero seguir bailando. Escuchaba a Arsuaga, que hablaba bajo atenta de mirada de Millás, justo a su lado, y por mi cabeza desfilaban secuencias inconexas, porque apenas recuerdo nada, de una película que vi siendo un niño y que me impactó sobremanera en su momento: Danzad, danzad, malditos. E imaginé a Arsuaga junto a Jane Fonda, que era la protagonista, bailando en la pista central.

Curiosamente, el baile en esa película, dirigida en 1969 por Sidney Pollack, representa justamente lo contrario de lo que trataba de explicar Arsuaga. Jane Fonda bailaba por necesidad, por escapar de la miseria y del vacío, por ganar algo en su vida, por destacar, y por dinero, 1.500 dólares, he leído ahora. Bailaba junto a su pareja hasta la extenuación, desafiando a su propia cuerpo, poniendo en riesgo su salud, yendo al límite, sin ningún atisbo de disfrute, de placer. Me imaginé, por un instante, bailando con Jane Fonda, más a allá de la seguridad representada por las ventanas con doble acristalamiento, entre la calima, cubiertos por polvo del Sáhara. Cansados e infelices. Y los músicos, igualmente abatidos, seguían tocando, al ritmo de nuestros movimientos atolondrados y cansinos. Me rescató Millás de esta secuencia cuando confesó que a él no le gustaría ser joven otra vez, pero que no le importaría tener la vitalidad de una persona de cincuenta años. Pensé en mi vitalidad, en mis movimientos, y me vi otra vez bailando entre la calima, pero en esta ocasión no me acompañaba Jane Fonda. Prosiguió Millás explicando que la vejez no es lineal, que no te despiertas un día y dices ya soy viejo. Como tampoco llega un día un no puedes subir las escaleras de un edificio de cinco plantas. Cada día te cuesta más ascender los peldaños de la escalera, hasta que un día decides tomar el ascensor.

Prosiguió Arsuaga con sus reflexiones, terminando con dos que me animaron especialmente, consiguiendo hasta que dejara de ver a Jane Fonda y me olvidara de la calima. Nadie se muere por vivir intensamente. Tener muchas inquietudes y disfrutar con ellas, amar olímpicamente -y hasta en modo amateur-, no parar de reír, viajar, dedicarle muchas horas a pensar, a crear, a comunicar, puede llegar a cansar, pero no nos mata. La otra reflexión, que en cierto modo me tranquilizó, mientras más conocimientos almacenamos en nuestro interior, más preguntas nos formulamos. Cada mañana me planteo nuevas preguntas, y para la mayoría no tengo respuestas. Y en mi fiesta, la banda sólo ha tocado la primera canción y yo soy de repertorio amplio y varios bises. Con esa sensación, de fiesta continua y más fiesta por venir, pedaleé entre la calima, contemplando unas calles que me parecían diferentes, casi otras, mientras una canción no cesaba de sonar en mi interior.

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