Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Música, esa compañía

He esperado durante horas para acceder a un concierto, o para comprar unas entradas o un disco, y no descarto que lo vuelva a hacer en el futuro

Música, esa compañía Música, esa compañía

Música, esa compañía

Hace unos días, a la misma edad que yo lo hice, 12 años, mi hija se compró su primer disco. El último del británico Harry Styles, Fine line. Un músico que comenzó a ser mundialmente conocido por formar parte de la banda One Direction. Mi primer disco, lo recuerdo perfectamente, fue un Ep -un single de tres o cuatro canciones- de Alaska y los Pegamoídes, titulado Otra dimensión. Recuerdo que escuché previamente la canción en Radio 3, en el programa de Jesús Ordovás, y que me costó varios paseos hasta Fuentes Guerra el poder conseguirlo. En aquel tiempo, que no es tan lejano, las velocidades eran otras, muy diferentes a las actuales. En España conocimos multitud de bandas cuando ya habían desaparecido, e incluso fallecido algunos de sus componentes. El caso de Joy Division, por ejemplo, es uno de los más significativos. Sus discos se escucharon en nuestro país cuando Curtis ya se había suicidado. Esa lentitud, u otra velocidad, se extendía a multitud de ámbitos de nuestra vida, a la moda, a los libros, a las películas, y también a los discos. No sucedía como ahora, que anuncian tal o cual lanzamiento y acudes ese día a la tienda y allí lo encuentras. Nada de eso. He de reconocer que, aunque en ese momento me fastidiaban, esos paseos en balde también tenían su parte positiva. Conocía y escuchaba discos que acababan de llegar o me encontraba con algún amigo infectado por el mismo virus -el de la música-. Y por fin un día, después de algunos paseos, llegó el Ep de Alaska y Los Pegamoídes a Fuentes Guerra.

Aunque pequeño de tamaño, aquello me pareció un tesoro, que protegí del mismo modo, hasta llegar a mi casa. Recuerdo correr, preso de la excitación, los últimos metros. La sensación de sacar el vinilo, colocarlo en mi viejo plato Grundig, y comenzar a escuchar esa canción sin necesidad de esperar a que llegara la noche y empezara el Diario Pop, fue una de las más intensas y burbujeantes sensaciones que he tenido en mi vida. Fue feliz en ese momento, del mismo modo que fui feliz viendo a mi hija el otro día, repitiendo movimientos y emociones similares a las mías. Para ella también fue un día diferente, especial, feliz. Y como yo hacía -y sigo haciendo-, escuchó una y otra vez su primer disco, con el libreto en la mano, cantando al mismo tiempo, hasta el punto que no tardó en decirme: papá, ya me lo sé de memoria. A estas alturas, puedo afirmar sin equivocarme que la música es la compañía más estable que he tenido a lo largo de mi vida. Siempre me recuerdo acompañado de ella. Y a lo largo de los años he ido incorporando otras inquietudes. La literatura, obviamente, que ha traspasado la frontera, para convertirse en algo/mucho más. Una pasión, un oficio, un veneno, una forma de ganarme la vida. O el cine, que en cierto modo puede entenderse como el Arte total, ya que combina multitud de disciplinas, en determinados casos (porque hay películas que no combinan ninguna, directamente). Expresiones culturales que traspasan lo racional para llegar a una dimensión emocional. En multitud de ocasiones, afloran sentimientos que soy incapaz de controlar, que adoro no controlar. Que los sentimientos sigan vivos, y libres, sólo puede entenderse como una estupenda noticia.

Ahora que Spotify nos recuerda lo que hemos escuchado con más frecuencia en este año que -por fin- acaba, trato de recordarme en mis años acompañado de la música. He esperado durante horas para acceder a un concierto, o para comprar unas entradas o un disco, y no descarto que lo vuelva a hacer en el futuro. Sigo saltando en los conciertos, a veces rodeado de jovencitos a los que le doblo la edad, pero es que la música tiene ese componente febril, atemporal y energético. Sigo emulando que toco la guitarra o la batería, además de cantar a grito pelado, cuando escucho música en mi casa, a veces a considerable volumen, para desgracia y descojone de mis vecinos, y lo voy a seguir haciendo. Hay canciones que, aunque las haya escuchando mil o dos mil veces, me siguen emocionando, me arrancan una lágrima, una sonrisa o me insuflan entusiasmo, energía, buen rollo. Y me encanta descubrir esas sensaciones/emociones en mis hijos. Y que hay otros como yo, que son felices con esas pequeñas grandes cosas que tanto nos alimentan.

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