Juanma Moreno ha cumplido ya cinco años al frente del Gobierno de Andalucía. Si hay un elemento que puede servir de denominador común a la legislatura del cambio y a lo que llevamos de la mayoría absoluta es el de la ausencia de una oposición digna de ese nombre. En el primer periodo, el de la coalición con Ciudadanos y el acuerdo parlamentario con Vox, el PSOE andaluz estaba grogui, incapaz de dedicarse a otra cosa que a lamerse las heridas y dedicar las pocas fuerzas que le quedaban a solventar las vendettas internas. Así le fue. La derrota de 2022 demostró que a los socialistas nadie los echaba de menos y que tenían que afrontar una larga travesía del desierto. El PP andaluz aprovechó el amplio margen de maniobra que le dejaban y ha transitado todos estos meses sin mayores sobresaltos. Ni en conflictos tan serios y profundos como el creado en torno al Parque Nacional de Doñana o en el actual del colapso de las listas de espera de la sanidad Moreno ha tenido una oposición que lo haya podido poner nervioso. Ahora Juan Espadas, reforzado desde su puesto de portavoz nacional en el Senado, pero que en Andalucía parece que sigue perdido en su laberinto, da un paso adelante con el anuncio de que creará una especie de gobierno en la sombra para controlar y criticar lo que se haga o se deje de hacer desde el Palacio de San Telmo. Es una forma de empezar. Tarde, pero más vale tarde que nunca. En una democracia la oposición también juega un papel institucional que es fundamental para la articulación del sistema y Andalucía, en este sentido, lleva demasiado tiempo coja. Dar un impulso a su responsabilidad como primer partido de la oposición es una obligación de los socialistas. Ya ha pasado tiempo suficiente desde la derrota de 2018 y ya no vale seguir en la cultura del lamento. Si no lo hacen, los andaluces seguirán condenándolos a la irrelevancia.