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Mientras Estados Unidos bombardea Irán la vida cotidiana de los ciudadanos comunes prosigue. Siempre han sido las víctimas de los grandes movimientos tectónicos históricos que se consideran producto de fuerzas tan inevitables en sus nefastas consecuencias como un terremoto. Todo es consecuencia de las concretas acciones de personas concretas, por supuesto; no vivimos en el universo de la tragedia griega en el que la fuerza superior del destino obra irresistiblemente. Pero a menudo la torpeza, ambición, cobardía o crueldad de los hombres con capacidad de tomar decisiones que afectan a todos desata procesos que ya no es posible reconducir. Son los grandes movimientos tectónicos de la historia, de causas complejísimas y desarrollos incontrolables. “¡El horror, el horror!” que exclamaba Kurtz en El corazón de las tinieblas.
Aunque hasta en el caso de los terremotos se puede, si no evitarlos, atenuar sus efectos con construcciones antisísmicas. En los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, la Conferencia de San Francisco pretendió crear una construcción antisísmica que, con la Carta de las Naciones Unidas y el Estatuto de la Nueva Corte Internacional de Justicia, atenuara las consecuencias de los terremotos o crisis políticas internacionales e incluso intentar impedirlos, visto el fiasco de la Sociedad de Naciones creada tras la Primera Guerra Mundial. Pese a sus conocidos fracasos, la ONU fue una aportación gigantesca. Pero insuficiente.
Nunca ha sufrido tanto la población civil como –sobre todo, pero no solo: recuérdese la crueldad sin precedentes hacia los no combatientes en nuestra Guerra Civil– en las dos guerras mundiales del siglo XX –la guerra total– y bajo las dictaduras fascistas y comunistas en él instauradas. Si en la Primera murieron entre 6 y 13 millones de civiles, en la Segunda murieron más de 36 millones.
Antes de que estas catástrofes estallaran, la vida cotidiana de los ciudadanos comunes continuaba. Los españoles que podían permitírselo se fueron de vacaciones en julio de 1936 (Un veraneo de muerte. San Sebastián 1936, Guillermo Cortázar, Renacimiento), como los alemanes, los ingleses o los franceses en agosto de 1939.
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