Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
HE visto la cabeza de este toro, lo he visto tiritar, de miedo y frío, y lo he visto arrugarse entre los hombres. ¿Una tradición? Nada en esta vida se puede defender por ser una tradición: también lo fue en su día el ojo por ojo, y en ésas andaríamos todavía de no ser por el imperio de la ley. Este debate, como todo en España, no admite tintes intermedios, y menos tonos grises, porque aquí todo es blanco, o es muy negro, y se es de derechas o de izquierdas, como se es separatista o centralista, del Barça o del Madrid, ateo o de misa diaria, papista o anarcosindicalista. Y, por supuesto, o se es defensor de los animales o se está a favor de los toros, como si no hubiera matices, como si no hubiera jamás letra pequeña. Pues, ¡he aquí! un discurso medio, un tono ecuatorial, una especie de centro con aristas, un resto posible de individuo, o de individualidad, dentro del arrobo hispánico por esa adscripción boba a una tiranía colectiva: porque, a un servidor, gustándole la tauromaquia, lo del toro de Tordesillas le parece una indignidad, una osadía, un maltrato cruel que a nada lleva, que no concita estética ninguna, que sólo busca el dolor por el dolor y que además resalta el excremento de la maldad tribal. Respeto a los defensores de la tauromaquia, porque la tauromaquia me parece un arte, y sin la tauromaquia no habrían existido no sólo Manolete, sino tampoco Goya o Ernest Hemingway. Pero respeto igualmente, o quizá más, a los defensores de los animales, a las asociaciones como SOS Galgos, o a El Refugio o, en Córdoba, la antigua y admirable Asociación Protectora de Animales San Martín de Porres, que se encargan de verdad, con una lucha honrada y silenciosa, a menudo sin medios pero con mucho corazón, implicando en ocasiones sus capitales privados, de cuidar de los animales cruelmente abandonados, y además torturados, que en España, desgraciadamente, son legión.
Sé que todo esto suena raro, sobre todo aquí, donde nunca hay matices. Aquí, para un defensor de los animales, un torero es un torturador, y un aficionado a la tauromaquia es un defensor de la tortura. Así vivimos, pero también así nos va, y por eso un partido de centro en España, democrático pero sin una carga histórica de uno u otro lado, sino verdaderamente singular, definido también en sus matices, sólo ha sido posible en una singularidad histórica como fue la Transición, para morir luego con ella.
La tradición del toro de Tordesillas me parece una canallada: es una tradición terrible, sádica en su naturaleza, sin razón aparente, defendida por vieja y no por noble. Entiendo que en la plaza hay una liza, que puede ser discutible, pero no una turbamulta de cobardes escondidos debajo de sus largas lanzas.
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