La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El pasteleo de la jerarquía eclesiástica

La postura del episcopado con los indultos es política de baja estofa, tibia y supone nadar en aguas peligrosas y guardar la sotana

La jerarquía eclesiástica no es la Iglesia. Conviene tenerlo muy claro, sobre todo en estos días en que la cúpula de los obispos catalanes y de toda España pastelea con el asunto de los indultos. El alto clero ha hecho la mayor especialidad de la casa: poner el intermitente a la derecha y girar a la izquierda. Me gusta la Iglesia que se ha volcado y se vuelca en dar de comer a los necesitados por medio de comedores sociales, Cáritas, hermandades, órdenes y congregaciones en este tiempo de pandemia. Cada vez que un periodista quiere pulsar la realidad y ponerle rostro a los orillados del sistema recurre a una organización de la Iglesia para orgullo de quienes la sostenemos. Me gusta la que enseña en cientos de colegios, mantiene centros de orientación familiar y promoción al empleo, y está dispuesta por medio de sus ministros a llevar el consuelo espiritual a deshoras a quienes se aproximan al último hálito de vida. Pero no me gusta nada, en absoluto, la que navega entre dos aguas, se pone tibia (que ya sabemos lo que dicen las Escrituras que ocurrirá con los tibios) en el asunto de los nueve indultos de los que se han beneficiado los delincuentes del proceso de separación unilateral (que rima con bestial) catalanista. Dios nos quiere hermanos pero no primos, que perdonemos pero que no renunciemos a la justicia, que olvidemos la agresión pero tengamos memoria (nunca rencor). La jerarquía eclesiástica no ha estado a la altura. Algo falla cuando se oye al representante de la Conferencia Episcopal con una charleta que recuerda a un político al uso de tres al cuarto, de los que se traga sapos cuando por la mañana le mandan el argumentario de la jornada. Los mensajes han de ser nítidos, contundentes y sin medias tintas. Y hemos asistido a una ambigüedad que confunde, genera dudas y no da que pensar nada bueno. Prefiero quedarme con la Iglesia que da de comer, insisto. Porque en este país habría hambre si no fuera por la Iglesia, verdadero instrumento eficaz que hace posible el Estado "social" que refiere la Constitución. No quiero pensar las razones del episcopado catalán para nadar en las peligrosas aguas de la política y guardar la sotana. No quiero pensar en la influencia del cardenal Omella, arzobispo de Barcelona, en la cúpula de la Conferencia Episcopal Catalana. No quiero pensar en contraprestaciones pactadas bajo cuerda en asuntos fiscales. Prefiero pensar que las hermanas de la Cruz han pasado la noche con cientos de ancianos en todas las diócesis del mundo donde están asentadas, que en los comedores ya se preparan miles de menús dignos para los necesitados y que hay religiosas que oran en el silencio de la clausura mientras ruge el exterior.

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