Pantallas de cal

20 de junio 2025 - 03:07

Hay espacios que no admiten comparación. El cine de verano es uno de ellos. No es solo una forma de ver películas: es una manera distinta de estar.

Bajo ese cielo apagado por el calor –con brisa, sin alarde– y esas paredes encaladas donde la luz rebota con sencillez, el cine deja de ser una ficción proyectada. Se vuelve un gesto profundamente humano. Porque allí, entre la cal y la noche, la historia no se separa de la vida: la roza, la acompaña, la prolonga.

En los cines del sur, el suelo se riega unos minutos antes, como si ese gesto purificara la escena antes del rito. Ese olor –tierra recién regada, cal fresca, jazmín abierto, dama de noche– es una antesala íntima, cargada de espera. Los gatos cruzan con indiferencia entre los espectadores. Las salamanquesas trepan las paredes que aún retienen el calor del día. Y entonces, sobre esa superficie algo rugosa y muy blanca, aparece la imagen.

La cal no solo la recibe: la escucha. Como quien se deja contar.

Córdoba, Nápoles, Túnez, Beirut… Ciudades tan distintas, unidas por el mismo impulso de quietud compartida. No hay estridencias. Solo el murmullo de la noche y el respeto tácito de quienes comprenden que estar juntos en silencio –aunque suene la película– también es una forma diálogo.

Porque proyectar una historia en una plaza no es solo entretenimiento: es un acto de confianza colectiva. Un idioma sin fronteras. Como dijo Truffaut: “El cine es un arte de mirar a los demás vivir”.

Lo costumbrista se vuelve vanguardia. Porque pocas cosas resultan hoy más audaces que sentarse con otros a mirar lo mismo –pero desde miradas y realidades muy distintas–.

A cielo abierto, los relatos adquieren otra textura: están en las risas discretas, en los suspiros sincronizados, en ese instante exacto en que todos contenemos el aliento sin haberlo pactado.

El cine de verano no puede morir porque no existe tecnología que reproduzca su atmósfera. Ningún algoritmo es capaz de simular esa vibración cuando empiezan los créditos. Es un pacto con el tiempo: desafiándolo con luz.

Como escribió Fellini: “No hay fin, no hay comienzo. Solo la infinita pasión de la vida”. Y si el futuro insiste en encerrarnos entre pantallas pequeñas y auriculares de última generación, que al menos nos encuentre así: sentados bajo el cielo, con un gato a los pies y una nueva historia por empezar.

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