Los mayores como ‘negocio’

Érase una vez

24 de enero 2025 - 03:07

Es verdaderamente notable que mientras estamos siendo capaces de desarrollar innovaciones inimaginables hace tan solo una generación para hacer más fácil la vida al ser humano, nos hayamos convertido en una sociedad que no puede cuidar a sus niños, pero tampoco a sus mayores; infancia y senectud, las dos etapas de la vida en la que el ser humano es más vulnerable y por las que indefectiblemente todos pasamos.

En una sociedad extraordinariamente envejecida, en la que el aumento de la esperanza de vida posibilita que cada vez tengamos un mayor número de personas mayores, quienes lo somos ya o vamos a serlo, porque la vejez es una consecuencia instrínseca a nuestro ciclo vital, parecemos decididos a darnos un tiro en el pie mirando hacia otro lado, como si nosotros nunca fuéramos a pasar por esa etapa. Mala cosa porque eso supondría que nos hemos muerto antes de tiempo.

El caso es que, salvo honrosísimas excepciones, el actual modelo de residencias de mayores está demostrando que no sirve en absoluto para atender dignamente las necesidades de quienes ponemos en sus manos nuestro cuidado, cuando ya no podemos atendernos a nosotros mismos.

En un país con más de diez millones de personas mayores de sesenta y cinco años, con un catorce por ciento de nuestra población por encima de los 80 y donde el número de personas mayores de 65 años se ha incrementado un 15,1% en los últimos diez años, el cuidado de nuestros mayores debería ser un asunto de Estado, en lugar de un nicho de oportunidades económicas, para quienes todo en este mundo se resume en una cuenta de resultados.

Y no. Los cuidados nunca pueden ni deben ser un negocio; nunca pueden quedar en manos de empresas que poco o nada tienen que ver con el sector y solo buscan un beneficio económico, por lo que escatiman hasta el límite los recursos humanos y materiales en la atención de nuestros mayores, con unos trabajadores precarizados y pésimamente pagados, lo que se refleja en la atención que reciben las personas que pagan auténticos dinerales por ser cuidados, lo que su vez deriva en la escasísima atracción que tiene el sector para que los jóvenes decidan dedicarse profesionalmente a ello, convirtiendo muchas de esas residencias en meros aparcamientos de seres humanos a la espera de la muerte.

Visto lo visto, los cuidados deberían quedar siempre en manos del Estado y ser una responsabilidad pública, si es que de verdad queremos que formen una parte esencial del estado de bienestar y no un negocio más para quienes piensan que nunca llegarán a la vejez.

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