El lunes se cayó Google 45 minutos y entraron en pánico millones de usuarios por todo el mundo. Particulares, empresas u oficinas públicas manejan sus reuniones virtuales, indagaciones, correos electrónicos, agendas, archivos, calefacción o mapas a través de distintos canales del conglomerado Alphabet. Servicios del buscador como Gmail, Chrome, Drive, Cloud, Maps y YouTube suman miles de millones de usuarios, varias veces los habitantes del planeta. Estamos en manos de Google, Facebook, Apple, Amazon y compañía. Para lo bueno y para lo malo.

Los beneficios saltan a la vista. Nos comunican a distancia, permiten diagnósticos médicos en sitios inaccesibles o cirugía por control remoto, permiten la docencia a grandes públicos lejanos, los big data son auténticas enciclopedias universales, son imprescindibles para la seguridad o la protección de la naturaleza… Por el contrario, lo peligroso no se ve. Como un ejercicio didáctico, la catedrática de Matemática Aplicada de la Universidad de Málaga Inmaculada Pérez de Guzmán, que lleva cuatro décadas investigando sobre inteligencia artificial y computación, pide ver El dilema de las redes en Netflix, con el encargo de que lo recomienden a tres personas que a su vez lo aconsejen a otras tres. Les propongo esa cadena.

Por el documental desfila un grupo de arrepentidos que hacen un retrato crudo de la nueva civilización tecnológica. Como en los macrojuicios contra la mafia, testifican quienes estuvieron en el núcleo duro de gigantes tecnológicos. Presidentes, vicepresidentes, fundadores, directores de departamentos punteros de las grandes compañías que controlan el mundo explican con detalle cómo consiguen captar nuestra atención, implantar hábitos y lograr un uso adictivo.

El riesgo de estas herramientas es que pueden controlar a la población y sacar lo peor de nosotros, crear con noticias falsas caos, indignación y odio, alentar el populismo o la manipulación electoral. Miles de millones de personas están atrapadas por empresas que no están reguladas y ganan billones de dólares. Y se quedan gratuitamente con nuestros datos, su principal materia prima. No pagan impuestos por los datos ni por sus beneficios. El primer intento en Europa de aplicarles una fiscalidad le valió a Francia graves amenazas de Trump.

La inteligencia artificial convierte los datos en productos predictivos enormemente rentables. Ya hay supercomputadores capaces de realizar casi 100.000 billones de operaciones por segundo que ejecutan un aprendizaje automático. Todo dirigido por el puñado de dueños. El mundo necesita una nueva ley antitrust como la Sherman estadounidense de 1890. Aquella fue contra monopolios del petróleo o ferrocarril y recientemente se aplicó a telefonía (ATT) y navegadores (Microsoft).

En realidad el lunes, durante 45 minutos, no estuvimos perdidos, sino fuera de control.

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