Terminaba ayer afirmando, a propósito del alarmante aumento de los suicidios en España (4003 en 2021, el año con más suicidios registrados desde que se tienen datos) y su dramático aumento en las edades más tempranas (primera causa de muerte entre los 15 y los 29 años mientras la tasa de suicidios de menores de 15 años se duplicó en 2021 respecto a 2020) que algo se está haciendo muy mal o no se está haciendo para que a tan tempranas edades se decida -en la improbable medida en que se puedan tomar decisiones maduradas- poner fin a la vida.

Esto tiene que ver con la familia, las instituciones educativas y la sociedad; tiene que ver con la falta de acogimiento, acompañamiento y comprensión amorosa; tiene que ver con la exposición a las redes antes de poder servirse de ellas con madurez; tiene que ver con la educación en valores basados en sólidos principios éticos y morales; tiene que ver con el nihilismo consumista, la angustia ante el vacío al que conduce, la carencia de proyectos personales de futuro y de condiciones sociales y laborales para llevarlos a cabo; tiene que ver -y esta es una observación tan personal y discutible como firme- con lo que el dramaturgo Eugene Ionesco anotó en su Diario: "Dios o suicidio".

Tengo para mí que se trata de una generalización y banalización consumista de un mal relacionado con la crisis de valores de la modernidad que los franceses bautizaron como mal du siècle (mal del siglo) tras la publicación en 1836 de Memorias de un hijo del siglo en la que Musset escribía: "Todo el mal del siglo presente viene de dos causas: todo lo que era ya no es; todo lo que será no es todavía. (…) Fue como una negación del cielo y de la tierra, que se puede llamar desencanto, o, si se quiere, desesperanza; como si la humanidad, aletargada, hubiera sido desahuciada por los que le tomaban el pulso".

En su ensayo El mal del siglo Pedro Cerezo Galán lo define como "la crisis radical de creencias y valores" y "el malestar de la cultura ilustrada cuando descubre su impotencia para dar respuesta satisfactoria a las nuevas demandas de sentido", concluyendo que "la clave decisiva para entender esta crisis reside en el nihilismo como experiencia general del sin-sentido". A lo peor, banalizado por el seudo hedonismo consumista y multiplicado y difundido por las redes alcanzando a las edades más tempranas, este nuevo mal del siglo se está haciendo viral.