
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Nuestro mundo de ayer
Vivian dijo mientras conducía que aquello es duro con avaricia. “El sueño americano es seguir soñándolo”, remarcó. Manejaba tranquila por ese tráfico infernal y, cuando la Quinta Avenida bullía, estrelló esas palabras. Si pareció frustrada, se rearmó e hizo una cuenta rápida: llevando el carro, una semana era mala si no conseguía 1.500 dólares. Eso son 6.000 al mes, si las semanas son solo discretas. Su marido, también conductor, otro tanto. Suma doce al mes. Uno puede distraerse mucho con el dinero. Y equivocarse. Para sacarlo, la realidad de la semana de Vivian y su marido suponía echar entre 15 y 17 horas al día cada uno, con suerte, seis días de siete. Nada es fácil. La cuenta total se desvanece por el alquiler astronómico en el quinto pino de Queens, los impuestos (mucho más altos de lo que cabría pensar) y las inmensas posibilidades de consumo de todo tipo de cosas, que es para lo que está pensado todo el tinglado. Haré una lectura personal, de impresiones, sin alardes de experto.
Nueva York es de una pujanza y un dinamismo que abruma. Todo se vende. Todo se compra. El dinero se mueve con una velocidad vertiginosa y es la gasolina absolutamente necesaria para que la gente que vive la ciudad se sienta cómoda. Ganan mucho y, en consecuencia, gastan mucho, lo que hace que otros vivan de lo que esos gastan, y, a renglón seguido, estos últimos vuelvan a gastar y así rueda la rueda. Esto explica muchas cosas que para los ojos de un liberal europeo (liberal en el sentido suyo, europeo en el sentido nuestro) resultaban, a priori, incomprensibles. Por ejemplo, ¿por qué Trump? Nada científico, solo impresiones, pero (con una proporción aproximada de 6 de cada 10) blancos, afroamericanos, latinos, asiáticos, hombres, mujeres, formados, sin estudios, concluyen: 1) Trump garantiza mejor el dinamismo económico que ellos necesitan (un sistema de consumo que, a luces de cualquiera, hoy va como un tiro, ellos lo perciben lento y escaso en comparación con el primer mandato de Trump); 2) conocían a Kamala (nosotros no) y no la querían (aquí la proporción sube incluso más y es generalizado destacar su inacción como vicepresidenta, que opera muy de puertas adentro); 3) muy singularmente entre los emigrantes, Biden abrió más la mano y llegaron indeseables, no al nivel histriónico que Trump explota, pero sí notable; ellos mismos lo dicen con pena: si este país te da una oportunidad, no lo vengas a estropear; 4) es cultural: primero da lo mejor de ti y, luego, gánate el exigir derechos; no al revés, no vengas demandando, empieza demostrando. Dinamismo económico ingente e inmediato; acción, acción y acción, que aborrece la indolencia, no hacer, figurar sin arriesgar; y una descarnada filosofía del mérito y el esfuerzo personal, sin paños calientes. Combinado con partes oscuras, en general, deslumbra.
No pretendo ser un experto, pero me da que no es mal camino. Sin complejos ni disfraces. Lección aprendida.
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