
Crónica personal
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El mundo de ayer
Pensamos que nuestra sociedad ha tocado fondo en su moral o en su representatividad política porque cualquier tonto puede usar un móvil y cualquier aprovechado puede agenciarse un carguillo. En realidad apenas ocurre algo nuevo, pero ahora pocas cosas se nos escapan. Nos hemos vuelto unos cínicos.
Por eso mismo hace falta contrarrestar esa abrumadora realidad con otra realidad que sigue existiendo y que es tan verdadera como la primera. Hace falta enfrentarnos no sólo a nuestros fracasos sino al núcleo de bondad y heroísmo que habita en muchos de nosotros. Se precisa una imagen que nos dañe o nos despierte del sueño de la derrota, y esa imagen muchas veces nos la da la inútil ficción.
Miremos a la sanidad. No basta con el bombardeo de noticias sobre la insuficiente financiación de nuestros servicios públicos, ni con las mareas blancas, ni con el maltrato de nuestro personal sanitario (sólo en Málaga han sido agredidas tres enfermeras en las últimas dos semanas), ni con los machacones y necesarios recordatorios sobre el poco tiempo y el estrés con que en muchos hospitales y centros de salud debe tratarse a los pacientes. Hace falta también, y sobre todo, vivirlo. Aunque sea a través de otros.
La frase que da título a este artículo la oí en una de esas vidas inventadas. Se la dice el doctor Rabinowitz a Dana Evans, protagonistas de The Pitt, la recién estrenada secuela de Urgencias. ¿Cómo pueden trabajar los miembros del turno de urgencias de un hospital en la era poscovid? ¿Cómo puede no romperle a alguien tener la vida de los demás en sus manos, tropezarse con cánulas, jeringas y apósitos, con dosis, con prefijos y sufijos, con sangre? ¿Y cómo puede no hacerlo cuando la Administración está más preocupada por las encuestas de satisfacción que por los tratamientos reales, más por los beneficios que por las plantillas? Y así un día y otro día.
Su primera temporada engloba un turno de emergencias en el hospital traumatológico de Pittsburgh, y agradezco que no se centre en los rolletes entre compañeros, sino en los diagnósticos, los tratamientos, el trabajo en equipo, los trabajadores, los pacientes, en ese mundo aparte y sin luz natural en el que la vida se confronta con la enfermedad y la muerte, con cuerpos esperando su turno en la sala de espera o en los boxes abiertos. Y todo con cierto aire a Frank Capra y cierto tufillo perdonable a Aaron Sorkin. Verla es curarse un poco de nuestra indiferencia sobre el que quizás es el trabajo más importante del mundo.
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