
La ciudad y los días
Carlos Colón
Verano de crisis y bombas
La ciudad y los días
Aveces el cine definía un momento de la vida de un país. Sobre todo, en aquellas películas que buscaban el favor del público ofreciendo ensoñaciones que consolaran durante dos horas de las penurias de la vida: aquella Arcadia todas las noches, como tan bellamente tituló Cabrera Infante su libro en homenaje al cine de Hollywood, que se cerraba con un texto sobre Brigadoon, aquel mundo ideal sustraído del tiempo que solo vivía un día cada cien años: “No puedo olvidar –escribe– que junto a las calamidades que hacen de las pesadillas cosas diurnas, nuestro tiempo, el mundo actual, hace también posible a Brigadoon, a la Arcadia, no cada cien años, sino todas las noches”.
Además de con ensoñaciones, como buen heredero del teatro costumbrista, el cine buscaba también la complicidad del gran público representando la realidad en forma de comedia de costumbres que ofrecía una visión cómica e irónica de lo próximo. Con un punto de complacencia y otro de crítica que permitía que los espectadores se rieran de ellos mismos y de su sociedad. La Italia de los años 50 y 60 fue maestra en este género –De Sica, Monicelli, Comencini, Germi, Risi– y la España de esos mismos años, su alumna aventajada: nada retrata mejor aquellas dos décadas que, entre otras, Atraco a las 3 de Forqué, Historias de la radio de Sáenz de Heredia, Los tramposos de Lazaga o la trilogía de Berlanga Bienvenido Mr. Marshall, Plácido y El verdugo.
Tardíamente, allá por 1998, en Torrente, el brazo tonto de la ley, Santiago Segura recuperó en clave voluntariamente grosera y friki algo del espíritu de aquellas películas, sumando el del Ozores destapado de los 70 y 80 (¡Que vienen los socialistas!) y recuperando en las cinco entregas a veteranos actores de la revista y la comedia: Luis Cuenca, Tony Leblanc, Juanito Navarro, López Vázquez o Fernando Esteso. Lo que entonces no supimos ver es que, más que una comedia friki-lumpen, era una obra de ciencia ficción distópica. Lo hemos ido comprendiendo poco a poco, oyendo los audios del informe de la UCO, y definitivamente con el sketch de Anaís intentando distraer un disco duro, escondiéndolo en el pantalón, durante el registro de la casa de Ábalos. Torrente era una prefiguración de la España y el PSOE de Sánchez.
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