Monticello
Víctor J. Vázquez
Un triunfo póstumo
Tribuna de opinión
Córdoba/La Cruz es la señal del cristiano porque en ella murió Jesús. Preside nuestros templos, procesiones y hogares; pero, al igual que en la época de san Pablo era “escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”, hoy también nos parece escandalosa a los creyentes. No la entendemos, nos repugna, la rechazamos.
Me preocupa que los católicos que van a misa, aquellos que dicen tener fe y seguir a Jesucristo, sigan reprochando a un Jesús que anuncia su pasión, como lo hizo san Pedro. También la mayoría de los apóstoles se escandalizaron ante la cruz, le dejaron solo en el sufrimiento. Hemos reducido la fe a cuatro ceremonias, a sentimiento, a consuelos humanos. La usamos para nuestros intereses. Ayer, me comentaba un buen sacerdote que, cuando expone la doctrina católica con sus lógicas exigencias, encuentra quejas y malas caras.
Ser un buen cristiano no es más duro que ser buena persona. Leía en una entrevista a Martin Baron, exdirector del Washington Post: ¿No le parece suficiente que para ser buenos periodistas seamos buenos profesionales? La respuesta fue: Para ser un buen profesional hay que ser una buena persona… ¿Cuáles son las características de una buena persona? La honestidad, la coherencia, la lealtad a sus principios y a unos valores fuertes. Una buena persona está dispuesta a escuchar con generosidad a los demás, conversa con quienes ofrecen distintos puntos de vista y cree en la verdad. El buen periodista cree que la verdad existe, aunque sea difícil encontrarla. La buena persona y el buen periodista saben tratar a los demás con dignidad. Como se puede observar, las características de una buena persona son las características de un buen profesional del periodismo.
Ser buena persona cuesta, ganar dinero supone trabajar bien y mucho; tener una familia feliz lleva mucho empeño, dedicación, entrega; conservar vivo el amor no es fácil. Aunque no es verdad el refrán “todo lo bueno engorda o es pecado”, lo bueno no es gratuito.
¿Cuál es el origen del dolor, del sufrimiento? Desde luego, no es Dios, cuando nos creó, nos puso en el Paraíso. Es el desorden introducido por el pecado; tentados por el demonio, somos causantes del mal. Al perder el estado de justicia original, entró en el mundo el dolor, las carencias, el desorden, los odios y guerras; incluso, los desastres naturales. El sufrimiento no entraba en los planes del Creador, es consecuencia del pecado.
Para liberarnos del mal, del que nos causamos a nosotros y a los demás, vino Jesús y nos salvó en la cruz. "Por su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero" repetimos en la coronilla a la Divina Misericordia. Este pensamiento nos invita a ver el valor salvador de la Cruz de Nuestro Señor.
Dice Henri De Lubac: "El Redentor entró en el mundo por compasión hacia el género humano. Cargó sobre sí nuestros padecimientos mucho antes de ser crucificado; es más, incluso antes de abajarse a asumir nuestra carne: si no los hubiese experimentado antes no habría venido a formar parte de nuestra vida humana. ¿Y cuál fue ese sufrimiento que soportó antes por nosotros? Fue la pasión del amor".
"El Señor tu Dios se ha puesto tus vestidos como el que carga a su hijo" (Dt. 1,31). "Dios -comenta De Lubac- toma sobre sí nuestros vestidos como el Hijo de Dios toma sobre sí nuestros sufrimientos. ¡El Padre mismo no carece de pasiones! Si se le invoca, entonces Él conoce misericordia y compasión. Él siente un sufrimiento de amor". Dios ha asumido nuestra naturaleza, ha cargado con nuestra cruz.
El 14 de septiembre se celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Hoy, día 15, a la Virgen Dolorosa junto a la Cruz de su Hijo. El mal está hecho; la libertad del hombre, mal vivida, ha abierto las puertas al padre de la mentira, al demonio, que no nos da libertad, sino que nos la roba y, con ella, el amor.
"El verdadero punto central que desafía toda filosofía, es la muerte de Jesucristo en la cruz. En este punto todo intento de reducir el plan salvador del Padre a pura lógica humana está destinado al fracaso… El hombre no logra comprender cómo la muerte pueda ser fuente de vida y de amor, pero Dios ha elegido para revelar el misterio de su designio de salvación precisamente lo que la razón considera locura y escándalo … La sabiduría de la Cruz, pues, supera todo límite cultural que se le quiera imponer y obliga a abrirse a la universalidad de la verdad, de la que es portadora", dice san Juan Pablo II en Fides et ratio.
Los cristianos no solo no tenemos más cruz que los demás, sino que le damos sentido. Nos sirve para purificarnos y, tomando un poco de la de los otros, la tornamos más ligera. Nos une a Cristo y a su resurrección. Es fuente de esperanza. Acrisola el amor. Nos da alegría. No trae en cuenta rechazarla.
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