
La ciudad y los días
Carlos Colón
Tercer mundo sobre raíles
La ciudad y los días
Sea cual sea la causa del apagón, ha dejado clara la vulnerabilidad y fragilidad, no solo de nuestras instalaciones eléctricas, sino de nuestras dependencias tecnológicas. Quienes leemos en papel pudimos seguir leyendo hasta que se fue la luz del día. Quienes seguimos oyendo nuestro viejo transistor de pilas pudimos informarnos. Quienes tenían dinero en metálico pudieron pagar.
El apagón me cogió leyendo Mi vida en fragmentos, el último libro del gran sociólogo y pensador Zygmunt Bauman –una obra póstuma en la que se recogen fragmentos de textos autobiográficos inéditos, escritos en un intervalo de 30 años y seleccionados por su biógrafa Izabela Wagner– que les recomiendo. En el café nuestro de cada día un amigo que también lo está leyendo me recordó la actualidad de lo que Bauman anotó el 5 de enero de 1997 a propósito de lo que llama “el sesgo tecnológico”.
Han pasado 28 años, pero podría haberlo escrito el lunes del apagón: “Prometer certeza es mentir. Es una promesa que nunca se cumple y que no tiene opción alguna de cumplirse, pero, por falsa que sea, es una ilusión en permanente renovación, que evita que los humanos miren directamente a los ojos de aquello que es lo más humano de sus destinos. Es la promesa de liberarse, de una vez por todas, de secretos, dudas, temor y temblor. Es la promesa de crear un mundo en el que la senda que va de la acción a las consecuencias sea en todo momento y lugar igual de corta y simple, como la que va de apretar un botón a encender una pantalla de televisión: un mundo sin accidentes ni sorpresas, sin decepciones ni tragedias, y con un técnico de mantenimiento de guardia permanente, preparado para arreglar un botón suelto o para cambiar una lámpara”. El lunes no hubo técnico de guardia que resolviera rápidamente el problema. España colapsó. Se tardó 12 horas en recuperar el 50%. Tres días después no se sabe qué pasó. La sensación de vulnerabilidad y fragilidad fue generalizada. Al día siguiente escribía Salvador Enguix en La Vanguardia: “Cuando las luces se apagaron y llegó la noche, no fue solo la electricidad la que se esfumó. Se desvaneció, de golpe, la ilusión de control… En la penumbra de las calles detenidas, con los móviles agonizando sin red, entendimos –o deberíamos haber entendido– que nuestra civilización está instalada en la fragilidad y que un posible colapso ya no es una distopía”. Cierto.
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