Atres semanas de las elecciones generales, más allá de una estúpida y simplificadora polarización, sería conveniente que la sociedad española se preguntara qué va mal y qué bien en este país nuestro de la ocultación y de la mentira. Para ayudarle a percibirlo no servirá en absoluto el debate político, inexistente desde hace más de una década y sustituido con enorme pericia por el ruido y la propaganda. Será necesario, pues, un cierto esfuerzo sincero y personal en esta búsqueda de la realidad.

Entre los datos más opacos se encuentran los que se refieren a la situación de España en el mundo, a nuestra pérdida velada de bienestar, productividad y riqueza que nos aleja de las naciones punteras y a la instauración de dependencias incomprensibles. Distraídos en peleas de patio, a nadie parece interesarle el diseño de una estrategia común que nos haga avanzar como sociedad soberana. Como tampoco ya a nadie parece intrigarle la gestión inexplicada de una pandemia mortífera.

Otra de las paradojas de esta coyuntura insensata es que no se sienta urgente afrontar una reflexión sobre cómo y en qué se gasta el dinero de todos. Ésta, esencial en época de vacas escuálidas, se sustituye por una aceptación dócil de los cuentos que nos cuentan.

No quiero olvidarme del brutal deterioro del prestigio del Poder Judicial, fagocitado o casi por un Ejecutivo omnipresente, expansivo y, a veces, hasta desvergonzado. La democracia es imposible sin el contrapeso de una Justicia independiente, correctora, ajustada en exclusiva a la ley y al margen de las luchas partidistas. De los medios de comunicación ni les hablo, en su mayoría –naturalmente hay excepciones– fieles sirvientes de los poderes que los sustentan.

Es imprescindible, por último, recuperar determinados valores morales, el armazón intangible de toda comunidad libre y sensata, y ese clima idealista y entusiasta que alumbró nuestra actual Constitución, ambos diluidos maliciosamente hoy en el despotismo, blando en las formas y férreo en el fondo, que con severidad nos gobierna.

Habrá quien crea que nada podemos hacer. Habrá, incluso, quien se encuentre cómodo en esta posición del tablero. Pero, si no es el caso, el próximo 23 supone una ocasión inigualable para fortalecer un sistema que hace aguas por todas partes. Cada cual, claro, es libre de actuar como le apetezca. Pero, por una vez, que sea la cabeza, y no las tripas, la que decida el futuro que nos llega.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios