¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Pelotas, no; balas, sí
Confabulario
Uno pensaba que el crepúsculo de Vox guardaría cierta similitud con la vaporización de Podemos. Esto es, que implicaría un paso previo por el Gobierno, del que saldríamos todos –administrados y gobernantes– un tanto estremecidos y flambée. De hecho, ahora sabemos que el partido de Pablo Iglesias se enfrenta a un ERE que afecta a la mitad de sus trabajadores, por mor de los resultados electorales. El declive de Vox, no obstante, posee una distinta fisonomía. Quizá empezó con la peregrina conversión de la señora Olona en política transversal y espíritu inefable. Y la actual marcha del señor Espinosa de los Monteros obra en idéntico sentido. El paso intermedio –y acaso inevitable–, ha sido el apoyo gratuito de sus parlamentarios a la investidura del PP, después de una campaña en la que ambos partidos, PP y Vox, se han atizado en público para regocijo del respetable.
Aún así, parece que el PNV no prestará sus apoyos al PP. Presumía el señor Ortúzar, apenas terminadas las elecciones, de haber frenado a la derecha. Lo cual, viniendo de dicha formación, es como si Jack el Destripador presume de feminista. Lo cierto es que, tras este cambio de postura, la utilidad de Vox pasa a ser una utilidad decreciente. Como decimos, los miembros de Podemos hubieron de padecer el doble desgaste de la política real y el abrazo inamistoso de sus socios para llegar a este mañana adverso. Eso es válido también para Sumar, cuyo carácter de herramienta ofensiva contra la hueste podemita no le librará, probablemente, de un mismo destino poco venturoso. También el PNV, un partido ultraconservador y archicatólico, con un fuerte aroma decimonono, se encuentra en parecida tesitura. Haga lo que haga (apoye al PSOE o al PP), no es seguro que le resulte beneficioso. Lo excepcional de la situación de Vox es que, de seguir así las cosas, habrá recorrido su órbita completa sin el gravamen de una puesta en práctica de índole nacional.
Todos estos hechos parecen encaminarnos a un bipartidismo desmejorado por la marginalidad exactiva, constitutivamente insolidaria, de los nacionalismos periféricos. El nacionalismo español de Vox, de carácter reactivo y más heterogéneo que el de sus veteranos pares autonómicos, no promete grandes hazañas para el futuro. Quizá una lenta disolución en la cauta socialdemocracia del PP. Quizá la estabilidad de una menguada tropa parlamentaria. En esta hora de trepidación veraniega, incluso la astucia prieta y aldeana del PNV parece haber perdido su camino.
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