Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
La esquina
Todo era contento y optimismo: presos independentistas en la calle, Puigdemont lejos, obispos y empresarios ladinamente a favor de los indultos y la opinión pública oportunamente gratificada por el fin de las mascarillas -si tiene que haber restricciones, que las impongan las comunidades autónomas-, la rebaja del IVA en el recibo de la luz, la vuelta a los estadios y el inminente inicio de la lluvia de millones europeos. ¿Qué podría salir mal?
Ha salido mal lo más importante: la actitud de la otra parte. No ha habido correspondencia entre la medida, comprometida y polémica, adoptada por el Gobierno y la acción y las palabras de los indultados y sus partidarios. Todo lo contrario. Salieron más desafiantes que nunca, ratificando en gritos y pancartas que sus exigencias son la amnistía y un referéndum de autodeterminación que conduzca inevitablemente a la separación de España y a la república catalana. Con perfecta y unificada escenografía. Hasta debatieron, los presos, si debían sonreír o ponerse serios ante las cámaras y los fotógrafos para inmortalizar para la Historia su doble papel de héroes y mártires.
Al gesto de apaciguamiento y disposición al diálogo y a la concordia (por cierto, no hubo en Sánchez el más mínimo llamamiento a la concordia entre catalanes) respondieron, desde el otro lado, con monólogo, desdén y desafío. Sin rebajar en nada sus pretensiones en la mesa de diálogo, sin aceptar otras posibles concesiones que no sean las que lleven a la inconstitucional independencia y sin descartar en ningún momento la vía unilateral ya fracasada. La ministra Montero (María Jesús) dijo que esta intransigencia primeriza era previsible, pero superable.
No es superable. Quizás Oriol Junqueras y Pere Aragonès le han prometido a Pedro Sánchez -llevan un año negociando en secreto- que, pasados estos momentos de euforia secesionista, aparcarían su programa de máximos y aceptarían otras regalías (nuevo estatuto, más autogobierno, menos presencia del Estado, nueva financiación...). Lo peor que puede hacer Sánchez es confiar en esa promesa. Le convendría preguntar a Soraya Sáenz de Santamaría lo que vale una promesa de Junqueras. En cuanto a Aragonés, president vicario, comparte gobierno con Junts (Puigdemont, pues) y también debe su cargo a la CUP. Ni Junts ni CUP le van a permitir que esté dos años mareando la perdiz sin conseguir el objetivo que los une.
El indulto no servirá para pacificar Cataluña, aunque Pedro ganará tiempo.
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