No me atrevería a decir si la llamada Reforma Laboral aprobada el pasado jueves creará empleo o facilitará su destrucción. Expectantes y esperanzados. El tiempo lo dirá. El hecho de que los agentes sociales hayan llegado a un acuerdo pudiera parecer un buen síntoma acerca de sus bondades, pero también es cierto que a sindicatos y patronal no les encomendó nuestra Constitución el poder legislativo. Desde un punto de vista formal, no puede negarse la razón a quienes afirmaban que es en el Congreso donde se aprueban las leyes, pero también llevan razón quienes afirman que siempre será mejor que lleguen a un acuerdo los que emplean y son empleados, los que pagan nóminas y las cobran, los que arriesgan su patrimonio y los que aspiran a conservar su puesto de trabajo, a que solo lo hagan los políticos.

Parece que empresarios y trabajadores saben más del mercado laboral, de sus necesidades y deficiencias, que muchos que no han pagado una nómina en su vida, que no han creado un solo puesto de trabajo y que su currículum laboral se limita a ostentar cargos públicos que conservarán simplemente mostrando docilidad a quienes elaboran las listas electorales. Las preocupaciones de un emprendedor o de un currante, estoy convencida, están muy lejos de las de muchos políticos que simplemente aspiran a ganar elecciones sin saber muy bien para qué.

El episodio de la sesión del Congreso del pasado jueves no pudo ser más delirante, más esperpéntico ni más bochornoso. Los jaleos alternos, los aplausos a turnos, abucheos, gritos que bamboleaban del tongo al sí se puede, abrazos y felicitaciones trocados. Tránsfugas, ministros con micro infartos, error informático o humano y el gol en propia puerta definitivo. Batet anunciando la derogación del real decreto ley en cuestión, para desdecirse y aclarar que los servicios de la cámara le informaban de que, al parecer, quedaba convalidado aquel. Brutal. Muchos seguimos sin conseguir verlo del tirón, aun en diferido, incapaces de pasar el trance sin que un sentimiento vergonzante y de pudor nos invada.

Y en medio de esto, un señor de Trujillo. Diputado por Cáceres que votó desde casa pero apareció de inmediato y tras la cagada por allí. Desde el jueves he pensado en él intentando intuir sensaciones, el bochorno, la culpa, la carga o el estar por encima e impermeable.

Era previsible que el viernes amaneceríamos con el despliegue ocurrente de los más ocurrentes, Casero como meme andante y Twitter ardiendo. Titulares y monográficos del grotesco momento. Reforma de impacto social coloreada por el esperpento. Poco esperanzador.

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